Más hueso que carne.

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«¿En qué rayos me he metido?»

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«¿En qué rayos me he metido?»

Es el primer pensamiento que viene a mi mente antes de salir al campo en busca de la muerte, porque eso es lo que es, un juego en donde los más fuertes resisten los golpes y siguen adelante, mientras que los más débiles son tacleados, lanzados contra el aire y aplastados por una pila de mastodontes.

Me quiero evitar la visita al hospital.

No quiero terminar con los huesos rotos.

Soy más hueso que carne, por el amor a Diosito. No tengo músculos que se marquen en las mangas de mis brazos, no tengo un abdomen marcado como el de un verdadero deportista profesional.

¡Soy un fideo dentro de un uniforme que me hace ver ridículo en vez de rudo!

Esto... carajos, esto no es lo mío. Debí hacerle caso a mi insoportable melliza y seguir mi instinto optando por un club donde no corriera peligro, sin embargo, mi lado irracional ha querido burlarse de mí y exponer mi pellejo ante algo que jamás había hecho.

¡Soy bueno leyendo solfeo! ¡Ni qué decir tocando varios instrumentos!, —aunque al principio me cueste trabajo aprender —, pero nunca está de sobra la practica constante.

¡¿Por qué no me inscribí al club de música?!

«Cobarde».

—Es hora Linces, ¡salgamos al campo y demostremos lo bueno que somos! —Richard, el capitán del equipo llama la atención a todo el equipo.

A sus dieciocho años es un chico con más masa muscular que yo y músculos que ni de chiste tendré en un futuro. El uniforme lo hace ver intimidante, aunque de por sí lo es. Siempre le he tenido pavor que termine enterrando mi cabeza en medio del campo por no sujetar como se debe el balón. Les juro que siempre he puesto de mi parte en cada entrenamiento, pero el balón no me quiere y yo no quiero estar aquí.

Las piernas me tiemblan como gelatina y el corazón de por sí ya está acelerado por la adrenalina que volveré a experimentar un sábado más. Espero que sea el último, el equipo siempre me ha hecho a un lado por mis nulas capacidades de correr como... un lince.

Al colocarme el casco aun sin la motivación de ponerme de pie, el sonido de mi respiración acelerándose comienza a chocar contra este. Me siento tan pequeño e insignificante.

Mis sensores de alerta se activan al ver al entrenador caminar en mi dirección con la expresión seria. Sus líneas de la frente se arrugan más de lo que ya están por su edad.

—Rafael, despega tu trasero de la banca —me sujeta con fuerza el casco para que alce la mirada, no se ve para nada tranquilo. Comienzo a transpirar como gallina, esperen, ¿las gallinas lo hacen? —no quiero que olvides que son un equipo, ¿entendiste?, concéntrate y haz tu parte.

Y del caos nacen las estrellas #1 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora