Epílogo.

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KATNISS.

Bip, bip, bip..

Tenía los ojos todavía cerrados. Escuché, concentrándome en lo que me rodeaba, mientras sentía las sábanas, aspiraba los aromas del aire y hacía mi repaso mental.

— ¡Dios mío, Katniss! ¡Apaga esa maldita alarma! — balbuceó Peeta.

Me eché a reír al recordar el por qué había dejado de hacer mi repaso mental mucho tiempo atrás.

No había necesidad.

Cada mañana me despertaba en el mismo lugar.

En casa.

No importaba si estábamos en nuestro apartamento del rascacielos de Manhattan o en una habitación de hotel en la costa de California. El hombre que estaba a mi lado sería por siempre el único hogar que jamás hubiera necesitado.

Abrí los ojos y encontré a Peeta enterrado bajo las mantas y con la almohada apretada con firmeza para taparse la cabeza.

— Podrías apagarlo tú, ¿sabes? — le sugerí con una sonrisa burlona.

La almohada se levantó y vi como cambiaba su expresión dubitativa al mirar el despertador, que quedaba a mi lado de la cama. Una sonrisa perversa se apoderó de su rostro y, de repente, saltó sobre mí, aprisionándome mientras alargaba un brazo para detener el pitido. Su musculoso torso desnudo se rozaba contra mí y sentí de inmediato como se endurecían mis pezones.

— Me parece una idea excelente — dijo, inspeccionando sus nuevos dominios como lo haría un rey.

— Nunca es beneficioso ser un vago — susurré.

Su boca tomó la mía. Mis manos se hundieron en su cabello mientras mis piernas le envolvían la cintura.

Una hora más tarde, quedó demostrado con rotundidad cuán necesarios resultan los despertadores.

Corrí a la carrera por la habitación del hotel en busca de mi zapato perdido.

— ¡Esto es culpa tuya! — grité mientras metía la cabeza bajo la cama buscando el zapato de charol color carne que llevaba un rato buscando.

— Anoche no te quejabas — se burló —. De hecho, creo recordar las palabras textuales: "Oh Dios, Peeta, no pares.. por favor, no pares". No puedes culparme por seguir tus indicaciones al pie de la letra.

Mi cabeza reapareció desde debajo de la cama y, tal como me puse en pie, me di la vuelta para esconder el rubor de mejillas que me había provocado. Sentí una tierna caricia envolviéndome por la cintura al hacer él que me diese la vuelta.

— Me encanta ver como te ruborizas. Ni se te ocurra ocultarlo — dijo sonriendo mientras me acariciaba la mejilla rosada con el pulgar.

— No consigo encontrar el zapato — dije con cara de enfado.

Su sonrisa de hizo más amplia mientras mantenía la mirada fija en mi labio superior.

— Machote, concéntrate — dije riéndome —. Zapato. Mío. Yo necesitar.

— Es verdad — contestó —. ¡De acuerdo, zapato marchando!

Diez minutos después, estaba sentado en la cama con los hombros caídos en aparente señal de derrota.

— ¿Estás segura de que no puedes ir descalza sin más?

Le devolví una mirada severa.

Sacudió la cabeza y levantó las manos como muestra de su rendición.

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now