La noche de la cita.

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KATNISS. 

  — Vámonos a comprar— dijo Peeta un día que estábamos sin saber qué hacer viendo una película en el sofá. 

— ¿A comprar?— dije, parando la película. Le miré desde la cómoda posición en la que estaba, desde su regazo—. ¿Por qué? Ya fuimos a comprar comida ayer. 

— Quiero comprarte un vestido y llevarte a cenar por ahí— respondió mientras se echaba hacia delante para besarme la frente. 

— No tienes por qué. Ya has hecho bastante por mí. 

Había pasado algo más de una semana desde que me mudé al pequeño apartamento de Peeta. Había pasado una semana desde la última vez que hablé con mi madre. Me encantaba vivir en este apartamento, pero ni podía evitar sentirme culpable por algunas cosas. Un sentimiento de culpabilidad y añoranza me inundaban cada vez que me acordaba de mi madre, y me preguntaba cuánto daño le había provocado a nuestra relación alejarme de ella aquella noche. Pero, aunque me sentía fatal, no era capaz de descolgar el teléfono y llamarla. Tenía que disculparme, pero mi maldito orgullo no me lo permitía. 

¿Por qué tenía siempre que protegerme tanto?

Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que en realidad no me estaba protegiendo a mí, sino a ella misma.  

Vivir con Peeta también me hacía sentir culpable por no poder contribuir económicamente. Odiaba esa sensación. Tenía veintidós años, y nunca había tenido un trabajo o ido a la universidad. No tenía nada a mi nombre. Me sentía una gorrona. Puede que Peeta estuviera acostumbrado a tener un buen nivel económico, pero ya no llevaba un estilo de vida ostentoso. No podía permitirse tirar el dinero, y una parte de mí se preocupaba de cómo conseguiría permitirse tener a otra persona más a su cargo. 

— Quiero hacerlo. Además, no puedes decirme que tener una cita no está en esa lista. 

Una sonrisilla pícara se le dibujó en la lista. 

— Bueno, teniendo en cuenta que te conté la lista entera anoche, podría decirse que ya sabes la respuesta a esa pregunta. 

Su sonrisa se hizo más grande. 

— Sí, ya lo sé, por eso quiero que nos vayamos de compras. Venga, levántate, ¡vamos! 

— Vale, vale— dije entre risas levantándome del sofá—. Nunca tendría que haberte enseñado esa libreta. 

Sentí su cálido aliento en mi oreja cuando habló. 

— Recuerdo que fui muy persuasivo, y quería asegurarme de que un número en concreto estaba tachado como es debido. 

Dio la vuelta lentamente, y quedamos cara a cara. Sus manos recorrieron mi espalda. 

— Sí, me parece que hemos hecho un muy buen trabajo en ese punto a lo largo de esta semana. 

— Solo quería hacerte sentir lo más normal posible— en su mejilla apareció un hoyuelo—. Con una tía buena como tú, ¿cómo no iba a querer follarte a cada segundo si estamos juntos todo el día?

Sus palabras atrevidas me dejaron sin aliento. 

— ¿Ves? Solo estoy intentando que parezca real. 

— Ajá— conseguí decir. 

Me dio un azote que me sacó de mis pensamientos pervertidos. 

— Vamos— me dijo entre risas. 

Se hizo con las llaves y salimos, sintiendo inmediatamente la cálida brisa de verano cuando salimos del apartamento. Allí, en el sur de California, habíamos tenido una ola de calor durante la semana anterior. En lugar de sentirnos refrescados por la brisa fresca proveniente del mar, que era un de las ventajas de vivir tan cerca de la costa, nos sentíamos abochornados por el calor sofocante. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now