Vuelta a casa

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KATNISS

Bip, bip, bip.. muy, muy despacio fui tomando conciencia de dónde estaba. De todo mi dolorido y entumecido cuerpo las orejas fueron las primeras en despertarse. Me llegó el sonido repetitivo del monitor que vigilaba mi pulso y su cadencia me sacó poco a poco del mundo de los sueños. Como casi todos los días, antes de abrir los ojos escuchaba los sonidos que me rodeaban y así me hacía una idea de la situación en la que me encontraba.

Alguien empujaba un carrito desvencijado por el pasillo, las ruedas chirriaban con cada giro hacia su destino. Un poco más allá, en el mismo pasillo, otra persona hablaba delante de una habitación. Junto a mi cama, los siempre presentes aparatos médicos zumbaban y pitaban al comprobar el nivel de oxígeno en sangre y el ritmo cardíaco.

Aquella cacofonía unísona solo podía significar una cosa: estaba en el hospital. Todavía.

La mayoría de niños tienen una abuela favorita cuya casa visitan todos los días o un amigo especial al que siempre quieren ver más. Yo tenía el Memorial Regional. El hospitalizabais sido mi segundo hogar desde pequeña.

Aunque de hogar no tenía nada. Un hogar era tranquilo y acogedor. El hospital era un bullicio de sonidos a cualquier hora, sin importar que en el cielo brillase el sol o la luna.

Quedarse allí era como pasar la noche en una cámara frigorífica. Gracias a mis frecuentes visitas había descubierto que el aire caliente era un excelente caldo de cultivo para las infecciones y por eso las enfermeras enterraban a los pacientes bajo varias mantas en vez de subir la calefacción. Yo de puntillas media poco más de un metro sesenta y cinco h pesaba poco más de cuarenta y cinco kilos, así que por muchas mantas que me pusieran, no entraba en calor. Quería con toda mi alma un poco de calefacción.

Me froté el pecho mientras los pulmones respiraban trabajosamente. Crujieron al exhalar. Me mordí el labio e intenté ignorar esa sensación y concentrarme en el único objetivo del día.

Hoy me voy a casa. Hoy me voy a casa, canturreé en mi cabeza una y otra vez.

Abrí los ojos a regañadientes, tuve la visión borrosa unos segundos hasta que por fin la habitación quedó bien definida. No había cambiado nada desde la noche anterior. Vi las mismas paredes aburridas y deslucidas de color amarillo Yerma y el mismo tablón blanco con el nombre de la enfermera de guardia con una pequeña cara sonriente dibujada al lado.

Esa mañana le tocaba a Annie. Era joven, más o menos de mi edad, y se acababa de sacar el título. Le encantaban las caras felices, los corazones y cualquier cosa que pudiera dibujar con el rotulador notable en esa pizarra. Me recordaba a una princesa Disney. Incluso con la ropa de cirugía parecía sacada de un cuento de hadas. Estaba segura de que el día menos pensado se iba a poner a cantar y aparecerían los animalitos del bosque para montar un número musical con ella, ardillas y alondras incluidas.

Pero eso tendría que esperar porque yo me largaba de allí. Hoy.

Lo que se suponía que iba a ser una simple visita rutinaria se había convertido en otra prolongada estancia en el hospital. Teñí unas ganas tremendas de volver a casa y a mi cama. Odiaba las camas de hospital. Eran incómodas, duras y nunca me sentía a gusto.

En serio, ¿quién fabrica esto? ¿De verdad las prueban? Sé que se supone que las camas de hospital tienen que ser funcionales, pero, sinceramente, las del Memorial podrían poner un poco más de relleno.

Hacía ya dos semanas que estaba en el hospital, había ido convencida de que solo estaría un par de días, lo justo para que me cambiasen el marcapasos, pero para variar las cosas no habían salido según lo previsto y había acabado ingresada. Otra vez.

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now