Vuelta a casa.

573 37 6
                                    

KATNISS.

En realidad, no me había pasado todos esos años encerrada en una caja. 

Vivía en el sur de California, así que había visto el océano alguna que otra vez cuando cruzábamos la ciudad. Pero sentada allí en el coche con Peeta, viendo el agua turquesa brillar infinitamente ante mí, me pareció como si lo estuviera viendo por primera vez. Mi mirada paseaba por la larga extensión de arena que me separaba de las olas, que rompían con suavidad. 

Me giré hacia él. 

  — ¿Cómo lo haremos? No sé si podré pasar por toda esa arena sin tener problemas para respirar o cansarme demasiado— admití, odiando mis limitaciones y debilidades. 

— Te voy a llevar yo— dijo él simplemente. 

— ¿Todo el camino? ¿Por la arena? 

— Sí. Ahora mismo, ¡vamos! 

Abrió su puerta de golpe y salió de un salto, y yo me quedé mirando el asiento vacío. Instantes después, ahí estaba, abriendo mi puerta con una sonrisa. 

— El agua no va a venir hasta aquí— dijo, y me tendió la mano. 

Se la tomé. 

— Pero es muy lejos para que me lleves, Peeta. 

Me lanzó una mirada dudosa y divertida. 

— Pesas más o menos lo mismo que una bolsa de palomitas, y en caso de que no te hayas dado cuenta en esas veces que tenías tus manos metidas por dentro de mi camiseta, estoy en buena forma. 

El guiño que siguió hizo que me ardieran las mejillas, y no pude aguantarme la risita que se me escapó cuando me levantó en brazos. 

— ¿Ves? Pan comido. Ahora, si has terminado de quejarte, creo que tenemos algo pendiente. 

Asentí emocionada, sujetándome a su cuello mientras él me llevaba en brazos hasta la arena. 

— ¿Dónde está todo el mundo? Creía que las playas de California estaban siempre abarrotadas— dije, mirando a la playa desértica. 

— Todavía es pronto. La playa empezará a llenarse dentro de una hora o dos, por eso quería venir ahora. Pensé que sería más agradable estar aquí sin que hubiera miles de personas paseándose de un lado a otro. 

Mirando a la playa, sonreí. 

— Sí, se está más tranquilo ahora. Me gusta. 

El color de la arena se oscurecía conforme las olas se acercaban y alejaban. 

— ¿Puedo ir a pie lo que queda de camino?— dije, muriéndome de ganas por sentir entre mis dedos la humedad de la arena. 

— Sí— respondió él con una nota cariñosa haciendo eco en su voz. 

Me quité las chanclas con un puntapié mientras él empezaba a dejarme en la arena. Nuestras miradas se cruzaron justo en el momento en el que mis pies estuvieron en contacto con la fría arena. Estaba húmeda y áspera, y la sensación entre los dedos de mis pies era maravillosa. Entrelazamos nuestros dedos mientras que una sonrisa torcida se dibujaba en la comisura de sus labios. Yo me giré hacia el horizonte, y dimos unos cuantos pasos hacia la orilla. El agua helada llegó hasta mis pies, y me encogí. 

— ¡Qué fría está! 

La carcajada de Peeta inundó mis oídos.  

  — ¿Por qué te crees que los surfistas llevan trajes de neopreno? Ya te acostumbrarás— me prometió—. Podemos caminar un poco. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now