Cajas.

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PEETA

El sonido del minutero marcaba el paso del tiempo mientras yo permanecía sentado en mi oficina, con la mirada fija en la pantalla del ordenador.

Las cosas estaban bastante peor de como las había dejado Marvel.

Respecto a las finanzas, la familia aún tenía las espaldas bien cubiertas, pero la compañía se estaba hundiendo.

De no haber vuelto cuando lo hice, los despidos habrían sido inminentes. Aún así, no me quedaría más remedio que ser creativo de narices para que la gente no perdiese supuesto de empleo actual.

Mis ojos volvieron a alzarse hacia el reloj y luego bajaron de nuevo hacia el teléfono.

Cinco minutos.

Di golpecitos con el bolígrafo sobre el escritorio negro mientras esperaba en silencio conforme transcurrían los últimos minutos, sabiendo que no sería capaz de hacer una mierda hasta que sonase el teléfono.

Las siete en punto. El nombre de Haymitch se iluminó en la pantalla.

Descolgué de inmediato, y respondí:

— ¿Qué hay?

— ¿Qué pasa, Pi?

— ¿Qué tal se encuentra hoy?— quise saber.

Casi pude escucharle sonreír a través del teléfono.

— Pareces un disco rayado.

— Haymitch.

— Está bien, maldita sea. Ella se encuentra bien. Por fin está comiendo. Annie y Effie han estado con ella las veinticuatro horas del día, y está volviendo lentamente al mundo de los vivos.

— Han pasado tres semanas.

— Ya, lo sé, pero la dejaste.. en mitad de la noche. ¿Cómo esperabas que reaccionase?

Recostándome en el respaldo de la silla de cuero ridículamente cara, me pellizqué el puente de la nariz.

— ¿Cuándo vas a contárselo?

— Mañana. Va a venir a cenar y Effie va a decirle que presentó la apelación y la han aceptado.

— ¿Crees que Katniss se lo creerá?

— No lo sé, pero por eso mismo estaré yo allí, para respaldarla.

— Bien.

— No es feliz— confesó, su voz sonaba cargada de cansancio y remordimiento.

— Ya somos dos. Pero prefiero que me odie y viva una larga vida, llena de salud a que me ame y muera mañana, sabiendo que pude haber hecho algo para detenerlo.

— Espero que sepas lo que haces, Peeta— recalcó.

Hice caso omiso por completo de su comentario. Ya no tenía ni idea de qué demonios era lo que estaba haciendo.

— Tienes el dinero. Haz que ocurra. Hablaré contigo mañana— dije antes de finalizar la llamada y tirar el teléfono sobre el escritorio.


— ¿Sabes? Cuando solicitaste el acceso de inmediato a tus cuentas de banco, no me lo pensé dos veces—dijo mi hermano conforme entraba en la oficina. Con las manos en los bolsillos, caminó con actitud ociosa y tomó asiento frente a mí —. ¿Un chico millonario viviendo por el mundo durante varios años? Sencillamente di por hecho que ya habías tenido bastante. Pero ahora me pregunto.. ¿para qué necesitabas el dinero, Peeta?

— Eso no es asunto tuyo— le respondí levantándome del sillón.

Sus ojos deambularon sobre mis antebrazos, allí donde la tinta negra de mis tatuajes hacia acto de presencia.

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