Hace calor aquí.

482 39 4
                                    

PEETA.

Desde que había fichado había deambulado de una tarea a otra, cumpliendo por los pelos con las obligaciones de mi trabajo. Apenas había conseguido pasar un minuto sin pensar en la noche anterior. Tener esa revelación sobre Katniss y haberme dado cuenta que de lo que estaba sucediendo entre nosotros iba mucho más allá de los límites de la amistad me llevó a una única conclusión:

No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. 

Había pasado los últimos tres años sintiendo solo pena y dolor. Pocas otras emociones se habían colado en mi mente desde que perdí a Madge. 

Katniss me había sentir... todo. 

No me sentía a gusto conmigo mismo. Una lucha interna de mí en direcciones opuestas, y no sabía cual elegir. Detrás de mí estaba mi vida con Madge. Ella había sido mi futuro, y cuando eso se acabó, no quise seguir adelante. No supe como hacerlo. Me negué a hacerlo. Nunca esperé que hubiera algo más. Ahora, cuando miraba hacia delante, veía un brillante y aterrador camino. Mi situación con Katniss era impredecible, y no podía asegurar que no acabase tal y como había comenzado: solo y destrozado. 

Además, no sabía si era capaz de comprometer mi corazón de nuevo, aunque tal vez ya lo había hecho. ¿Y si ya le hubiera dado un pedazo de mí mismo a la chica de risa contagiosa y sonrisa tímida e inocente? Quizás estaba perdido desde el principio.

Sacudí la cabeza y caminé por el pasillo hacia su habitación, y de repente me detuve en mitad del camino. 

Tal vez ella se merecía algo mejor que el hombre que había destruido su futuro. Era demasiado frágil para saber la verdad. Y ¡Dios!, yo era demasiado débil para admitirlo. 

Dos corazones rotos: nos destruiríamos el uno al otro incluso antes de tener la oportunidad de comenzar. Pero no importa cuántas razones me diese a mí mismo para alejarme, acabaría de nuevo en su puerta, listo para más natillas con chocolate, balbuceos nerviosos y breves destellos de cielo. 

Su entusiasmo por la vida era adictivo, y yo necesitaba mi dosis. Necesitaba la luz que solo mi ángel podía darme. 

Soy un cabrón egoísta. 

A mi golpe en la puerta respondió con su dulce y melódica voz. Giré la manija, abrí la puerta y la encontré de pie junto a la cama, doblando unas camisetas. Había varios montones de ropa cuidadosamente doblados sobre el colchón. 

  — ¿Día de colada?— le pregunté, señalando los montones de ropa. 

— Um... no exactamente. — Dejó la camiseta rosa que estaba doblando y se giró hacia mí. Parecía indecisa y nerviosa—. Me han dado el alta. 

— ¿Qué?

— El doctor Haymitch me deja que me vaya a casa. Dijo que como estoy bien, o al menos todo lo bien que se podría esperar, a pesar de que...— Se detuvo, ya que ambos sabíamos cómo acababa la frase. "A pesar de que se estaba muriendo"—. Me ha dicho que es mejor que me quede en casa mientras esperamos noticias del trasplante. 

Levanté la mirada y vi lágrimas en sus ojos. No estaba contenta. Estaba molesta.  

Al ver que me había dado cuenta de sus lágrimas, se apresuró a limpiarla y se volvió para continuar doblando la ropa. 

  — ¿Cuándo?— le pregunté, mientras observaba a la luz de la luna que entraba por la ventana. 

— Mañana por la mañana. Podría haberme ido antes de la cena, pero quería tener un poco de tiempo para recoger y...

Despedirse de mí. 

No lo había dicho, pero podía sentir las palabras en el aire. Yo era la razón por la que no se sentía feliz de irse. Este debería haber sido un momento de alegría para ella, pero yo se lo había arrebatado. Al estar aquí e interrumpir su vida me había llevado algo normal para ella: volver a casa. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now