Conocer a mamá.

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KATNISS.

Cualquier especulación en relación a lo que estaba o no ocurriendo entre un cierto ayudante de enfermería y yo quedaron claras cuando las tendencias alfa ocultas de Peeta salieron a la superficie de una forma considerable en el mismo instante en el que me tocó la piel febril. Salió volando de mi habitación y pidió a las enfermeras que llamasen al doctor Haymitch. Pude oírlo desde mi cama mientras gritaba órdenes y esperaba resultados inmediatos. 

El poderoso apellido que acababa de revelarme de repente me pareció apropiado para él. 

Debería haberme sentido avergonzada. Debería haber estado retorciéndome en mi cama de hospital, poniendo los ojos en blanco y contando los minutos hasta que el sonido de su profunda voz se hubiese desvanecido en el pasillo y yo tuviera la oportunidad de regañarle por su autoritario comportamiento. 

Pero no hice nada de eso. 

En cambio, en mi fascinación inducida por la fiebre, observé cómo salía de mi habitación, con el paso lleno de propósitos acelerados. Le escuchaba y el timbre profundo de sus órdenes me recordó la discusión que tuvimos cuando le acusé de no preocuparse por mí. Luego recordé el beso que vino después. 

Me besó.

Y ahora me está cuidando.  

Parecía que durante las siguientes horas iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir. La fiebre derivó en escalofríos, que más tarde se convirtieron en vómitos y sudores fríos. Había cogido un virus bastante agresivo y que, por supuesto, no respondía con antibióticos. La ironía de vivir en un hospital era que en realidad era uno de los lugares más limpios y a la vez infestado de gérmenes en el que se podía estar. Había demasiados enfermos en un mismo lugar. No importa cuánto se esfuerce el personal en mantenerlo limpio, sigue siendo una gigantesca placa de Petri para virus y bacterias. 

El doctor Haymitch me dijo que este virus en particular tenía que abrirse paso a través de mi sistema antes de que pudiera volver a sentirme humana de nuevo. Después de unas horas de fiebre, estaba convencida de que estaba tratando de matarme. 

En cuanto la noticia de mi fiebre se expandió, todo el que entraba a mi habitación llevaba una mascarilla, excepto Peeta. 

Durante el resto de su turno, no se apartó de mi lado, y se quedó conmigo mucho después de que hubiese acabado. Después de su anterior exhibición heroica, nadie parecía dispuesto a dar el paso y discutir con él para que se marchase, ni siquiera el doctor Haymitch. A pesar de ello, no pareció muy contento cuando entró en mi habitación y encontró a Peeta acostado a mi lado en la cama. 

Me desvanecí al rededor de las cinco de la mañana, después de que Peeta hubiera visto la peor parte de mí. Me sujetó el pelo mientras vomitaba y lloraba en el suelo del baño. Seco mis lágrimas, me dio un vaso de agua y me ayudó a volver a la cama, solo para llevarme de vuelta al cuarto de baño cuando las náuseas y los vómitos empezaban de nuevo. Nunca se quejó ni pareció sentir repulsión, pero supongo que era parte de su trabajo. 

Solo que yo no quería ser parte de su trabajo, o al menos, no de esta parte. 

Vomitar pocas horas después de mi primer beso no era exactamente como yo lo había imaginado. 

Tal vez una o dos horas después de haberme quedado dormida, me desperté, al oír la puerta cerrarse. Abrí los ojos de par en par, me asomé y vi a Peeta durmiendo junto a mí. Sentado en una silla azul, con su enorme cuerpo doblado hacia delante y la cabeza sobre los antebrazos. 

Levanté las manos y me estremecí, recordé que tenía una vía puesta. Me inyectaban sueros en el cuerpo para contrarrestar la falta de comida y de agua. Le acaricié suavemente el pelo, con cuidado de no despertarlo. Escuché unos pasos, y recordé que momentos antes la puerta se cerró y me despertó. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now