Dos caminos.

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PEETA. 

Estaba hecho un jodido desastre, un maldito y jodido desastre. 

Sentía los remordimientos dentro de mí, recorriéndome las venas como un veneno del que no me podía librar. 

No había ninguna probabilidad de que pudiera dormir. El sol se colaba entre las finas cortinas de mi habitación, y me senté en la cama. Me pasé las manos por el pelo y miré mi modesta habitación. 

Me bajé de un salto de la cama, renuncié a cualquier posibilidad de cerrar los ojos y me dispuse a hacer lo que había querido hacer desde que crucé la puerta de mi apartamento dos horas antes. Comencé a prepararme para regresar junto a ella. 

Cuando estaba con Katniss, los pulmones se me llenaban de aire puro y me sanaba por completo, por primera vez en años. Ella me daba un propósito y hacía que quisiera ver el amanecer de nuevo. En cuanto me alejaba de su lado, los remordimientos regresaban como una mortificante corriente marina. 

No merezco nada de esto. 

Nada de lo que había hecho en mi vida hasta ese momento me permitía darme el lujo de disfrutar de un solo minuto de felicidad con Katniss. 

Causé la muerte de mi prometida. No fui yo quien conducía en sentido contrario, pero vi sus ojos cansados y caídos, olí el alcohol en su aliento, y aun así le di las llaves del coche, consciente de que no debía hacerlo.

Porque era un egoísta. 

Cuando no tenía ninguna posibilidad de recuperación y necesitaba que la dejasen descansar para que su familia pudiera llorarla, prolongué el sufrimiento de todos intentando demostrar que nuestro amor podía sobrevivir a cualquier cosa, incluso al daño cerebral. Oí a sus padres sollozando detrás de mí mientras sostenía sus manos entre las mías. Con las lágrimas cayendo por mis mejillas, le rogué que regresara conmigo, pero no lo hizo. 

Herí a tantas vidas cuando perdí a Madge, incluida a la única persona que jamás me hubiese imaginado. 

No me merecía a Katniss. 

Pero la aceptaría. Aceptaría todo lo que ella me diera porque era un egoísta y estaba cansado de estar solo. Y yo le ofrecería todo lo que me quedaba por dar. 

Sin duda, la vida no sería tan cruel. 

Mi hermano no había sufrido ni un solo día durante toda su privilegiada vida. No sabía nada acerca de la pérdida o el dolor. A medida que sus palabras resonaban en mi cabeza, no podía dejar de preguntarme si tenían un poco de verdad. 

Una punzada de culpabilidad de atravesaba el estómago antes la mera idea de que alguien reemplazara a Madge, pero mi hermano tenía razón. Ella se fue. Creí que mi mundo había acabado cuando murió hace tres años. Sin embargo, aquí estaba con los pulmones llenos de aire y la sangre bombeando en mi corazón, y podía sentir todo porque estaba vivo. Todavía estaba allí.

Mi autoimpuesto exilio me había despojado de todo lo que una vez fui. Había dejado a mi familia, a mis amigos, y mi hogar. 

¿No es suficiente? 

Sigo aquí. Todavía estoy vivo. 

Treinta minutos después de que abandonara la idea de dormir, estaba duchado, vestido y conduciendo mi viejo coche de vuelta al hospital.

Cuando dije que había abandonado mi antigua vida, no estaba bromeando. 

Mis padres descubrieron bastante pronto mi afinidad por los números. Yo no era como el protagonista de Rain Man o algo así. No podía resolver ecuaciones en mis sueños. Era más bien como el tipo del casino acusado de hacer trampas en las máquinas tragaperras, pero del que no pueden demostrar nada porque era simplemente muy bueno. Yo era uno de esos. Veía patrones y simplicidad donde otros veían caos. Siempre estaba dos pasos por delante del mercado, veía las tendencias y las trampas antes que nadie. Desde este pequeño descubrimiento, todo lo que mi padre podía ver era dinero. No había equipo de fútbol o de natación para Peeta. En su lugar, tenía que asistir a reuniones de la junta y escuchar llamadas de conferencia de una hora de duración. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now