Pizza y ángeles.

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KATNISS. 

Algunos días en el hospital pasaban volando. Abría el diaria, encontraba un ritmo y las palabras comenzaban a salir. Antes de que me diera cuenta, alguien llamaba a la puerta para traerme la cena. Me encantaban los días así. Hacían que el tiempo pareciera fluido y valioso.

Ese no había sido uno de esos días.

Apenas era mediodía y había pasado los treinta minutos anteriores contemplando cómo pasaban los minutos lentamente en las manecillas del reloj. Tenía la sensación de que cada minuto duraba más que el anterior, hasta que estuve a punto de levantarme y arrancar ese estúpido aparato de la pared. 

Eran esos días largos e interminables los que me hacían preguntarme qué sentido tenía todo aquello.

Odiaba los días así. Hacían que dudara de todo, de cada acto, de cada decisión. 

¿Esto es modo de vivir? ¿Es vivir en realidad? ¿Para qué tener un corazón palpitando, si ni siquiera sé para qué palpita?

Eran mis dudas más profundas y lúgubres. Mantenía esos sentimientos bien cerrados dentro de mí, y me negaba a aceptar su presencia hasta que me sucedía otro día como esos. Entonces, acababa contemplando de nuevo el ridículo reloj y preguntándome para qué estaba el mundo si iba a pasar toda mi vida encerrada en esa habitación. 

Un leve golpe me sacó del dueo de miradas que tenía con el reloj, y al girar la cabeza, vi que Peeta cruzaba la puerta. 

Jooooder. Madre mía.

Inspiré profundamente e intenté no babear.

Me había acostumbrado a ver a Peeta con su habitual ropa de enfermero. Muchas enfermeras y auxiliares llevaban cierta variedad de uniformes para trabajar. Nadie más llegaba a los extremos enloquecidos de Annie con sus personajes de animación y estampados de fantasía, pero Peeta era muy sencillo, y siempre llevaba el tradicional uniforme verdeazulado. 

Excepto aquel día.

Y claramente no era un uniforme. 

Llevaba puestos unos pantalones vaqueros de color negro y una camiseta negra a juego que se ceñía a su torso como no lo hacía la tela verde que llevaba a diario. Todavía necesitaba un buen corte de pelo, pero parecía que al menos había intentado peinarse pasándose las manos por los mechones. 

A mí sí que me gustaría pasarle las manos por el pelo.

Dios, para ya, Katniss.

No supe cuánto tiempo me quedé mirándolo, pero, de repente, me di cuenta de que no le había dicho hola, que ni si quiera le había saludado con la mano.

Nops. Me había quedado allí, sentada, con la boca abierta.

  — Ah... hola— logré decir, pero sin mucho entusiasmo. 

Me sonrió con aquel gesto tímido que ya le había visto, y bajó la mirada un momento al suelo antes de mirarme de nuevo. 

— Hola. Ya sé que dije que vendría a visitarte esta noche, pero pensé que quizás te gustaría disfrutar de compañía durante el día. 

— Vaya, entonces... ¿puedes caminar bajo la luz del sol? Empezaba a preguntarme si brillarías al hacerlo— le dije riéndome. 

Me quedó claro que no entendía el chiste, porque me miró con gesto divertido y negó con la cabeza. 

— Bueno, el caso es que tengo una sorpresa preparada, si te animas.

— ¿Incluye natillas?— le pregunté. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now