Egoísta.

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PEETA.

No sé qué hice el resto del turno después de salir de la habitación de Katniss esa noche. Recuerdo que cumplí con la rutina, fui de una tarea a otra, mientras sus palabras resonaban una y otra vez en mi cabeza hasta que prácticamente se me grabaron a fuego en el alma. 

Encontrar alguien compatible y en el mismo hospital fue como si los ángeles trajeran un milagro.

La familia cambió de opinión en el último momento.

No podía ser. No era posible. 

No podía creerme que fuera verdad. 

Para cuando terminé mi turno y me puse de camino a mi casa, ya me había convencido de que, para empezar, era una locura. 

Pero luego, una vez sentado en la oscuridad de mi solitario apartamento esa misma noche, me permití hacer algo que había jurado no volver a hacer jamás. Dejé que mi mente volviera a esos horribles momentos en el hospital, tres años antes, cuando me entregué a mi parte más egoísta. 


  — No podéis hacerlo. Todavía está ahí. ¡Lo vais a matar!— grité lleno de desesperación. El eco del sonido ronco de mi voz resonó por el pasillo de blanco austero.  

  — Peeta...  empezó a decir Paul, el padre de Madge, con un tono de voz pasivo que intentaba ser tranquilizador.

Pero no me tranquilizó. Lo único que consiguió fue aumentar todavía más mi agresividad. 

  — Escúchame. Esto es muy duro para nosotros, para todos nosotros...

Se le quebró la voz por el dolor y se llevó un puño tembloroso a la barbilla en un intento por controlar las emociones. 

La madre de Madge, Susan, se le acercó y entrelazó su mano de dedos diminutos con la suya y apretó firmemente. Me giré. 

— Los médicos dicen que ya no se puede hacer nada más. Ha muerto, hijo. Tenemos que dejarla ir.

Esas palabras me chocaron contra el pecho como si fueran un ariete. No había muerto. La veía, estaba justo detrás de aquella puerta. 

— Su corazón sigue latiendo. Veo que se le mueve el pecho con cada respiración. Todavía puedo tocarle la piel. No está muerta— afirmé con rotundidad, pero con cada palabra, mi voz sonó más débil.

— Los médicos dicen que es donante de órganos, y que alguien más podría vivir gracias a ella. Su corazón sigue sano. Vivirá a través de alguien más. Peeta, es algo que ella hubiera querido. Ya les hemos dicho que sí. 

No podía comprenderlo. No podía soportar la idea de que hubieran tomado esa decisión, de que hubieran decidido apagar su vida. No sabían lo que deparaba el futuro. 

  — ¿Cómo sabéis que ha muerto? ¿Y si la estáis matando?— les grité, y vi que aquellas palabras les hirieron antes de que las lágrimas me emborronaran la visión. 

Me dejé caer de espaldas contra la pared y luego me deslicé hacia el suelo hasta quedarme sentado. 

Mi futuro estaba detrás de esa puerta. Ella lo era todo para mí. No podían llevársela. No lo permitiría. Nadie se llevaría su vida o su corazón. Jamás. 


Había ganado la batalla ese día. Después unas cuantas discusiones más, a los padres de Madge no les quedaron fuerzas para seguir luchando. Había plantado la semilla de la duda en sus mentes, y finalmente, se vinieron abajo. Les dijeron a los médicos que no habría donación de órganos, y yo pasé el resto del día al lado de Madge, sosteniéndole la mano mientras intentaba que recuperara la consciencia. Quería demostrar que todos se equivocaban y creí que solo sería necesario mi amor para que regresara. 

Vivir (Evellark)Kde žijí příběhy. Začni objevovat