Es la hora (1)

325 33 4
                                    

KATNISS.

— ¿Habéis tramitado una apelación? — bramé, estampando mi tenedor de ensalada contra la superficie de madera de roble maciza de la mesa del comedor de mi madre. 

Ella se sobresaltó ligeramente por el ruido y vi cómo abría los ojos de par en par por la sorpresa.

— Sí, um..

Titubeó antes de secarse los labios con su servilleta de tela y tomar asiento en su sitio. Fijó la mirada en Haymitch, quien, curiosamente, había venido a cenar con nosotras. Con un gesto de asentimiento con la cabeza, se dirigió a mí. 

— Sé que nos pediste que no lo hiciésemos, cariño, pero es de tu vida de lo que estamos hablando y yo.. no podíamos quedarnos sentados sin más y no hacer nada.

Me quedé mirándolos a los dos. 

— Así que, ¿esto es cosa de vosotros dos?

Ambos asintieron con la cabeza. 

— ¿Cuándo?

— ¿Cuándo qué? — Haymitch frunció el ceño. 

— ¿Cuándo tramitasteis la apelación?

— Un día o dos después de que Peeta se marchase — respondió. 

El corazón se me derrumbó al oír su respuesta. Por una décima de segundo, cuando mencionaron la apelación, pensé que Peeta también estaba detrás de aquello. Se enfadó tanto, estaba en contra de mi decisión con tal firmeza, que sencillamente pensé que posiblemente hubiera hecho algo al respecto. 

Yo no quería que él tomase cartas en el asunto, por eso no comprendía por qué me había entristecido tanto saber que no lo había hecho. 

— Así que habéis tramitado una apelación. ¿Y ahora qué? — pregunté mientras tomaba mi tenedor para arrastrar el tomate por el lecho de hojas verdes de mi plato. 

— Nada. 

Levanté la vista hacia mi madre y la encontré sonriendo.

— ¿Qué quieres decir con nada? ¿Ya la han denegado?

— No, Katniss. La han aprobado. 

El tenedor resbaló entre mis dedos y cayó al suelo con un estrepitoso repiqueteo. Sentí una punzada en los ojos, causada por las lágrimas reprimidas, mientras los arrastraba desde la expresión de júlido de Haymitch hasta la de mi madre.

— ¿Aprobada?

Ambos asintieron con la cabeza, se levantaron de sus asientos con los brazos de par en par y me abrazaron. 

— ¿Estáis seguros? — pregunté cuando el dique emocional se rompió e inundó mis mejillas. 

— Sí — se rieron —. Estamos seguros. 

— Pero, ¿por qué?

— No lo sé. ¿Cambio de sentimientos? ¿Intervención divina? — respondió mi madre. 

Me quedé mirándola con expresión de sospecha y ella se echó a reír. 

— ¿A quién le importa? ¡Está aprobado! 

— ¡Dios mío! ¡No puedo creerlo! 

Mi madre me tomó de la mano y tiró de ella para levantarme del asiento. 

— Ven. He hecho algo especial para ti. Está en la cocina. 

Los dos la seguimos hasta la pequeña cocina y la observamos mientras movía cosas de sitio dentro de la nevera. Por fin, se dio la vuelta y la vimos de frente, sosteniendo con orgullo un cuenco de natillas de chocolate caseras. 

Vivir (Evellark)Where stories live. Discover now