Capítulo 21

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—¿Cómo te sientes?

Nos sentamos al mismo tiempo en el sofá, descansando de las seis prácticas de bailes. Estiro mi cuello hacia atrás, pegando con el lomo del sofá, cierro mis ojos y respiro profundo.

—Asustada —mi corazón no ha bajado la velocidad desde que empecé de nuevo con el baile, algo había nacido que no sé qué puede ser. Mis pies me duelen al ver que aquellos zapatos no son lo mejor para este tipo de bailes.

—Lo harás bien, solo confía en ti y todo lo que has aprendido.

—No es tan fácil —respondo—, mi vida nunca estuvo en peligro, nunca tuve que ir a un baile y hacerme pasar por la esposa de un asesino... yo no imaginé mi vida de este modo.

Mi vista se queda en la ventana que da al pequeño patio, con la grama podada y tan verde que el primer día lo creí artificial. Vuelvo a respirar; la puerta se abren y entra Marta.

—Señora, el baño ya se encuentra listo —anuncia—, le coloqué la bañera, será relajante.

—Te tratan como una princesa —masculla Davy al levantarse—. Nos veremos después. —Desaparece de nuestras vistas.

Me levanto y dejo que Marta me guíe al baño. Al llegar, ella me deja a sola y tomo mi tiempo, juego con la espuma del jabón.

—¿Lograste aprender algo, bonita?

Aquello hace que salte y algunas gotas de agua caigan por el suelo; miro hacia la puerta donde él ya está caminando hasta la bañera, giro mi vista hasta ver la toalla, extiendo mi mano pero él es más rápido y me la arrebata. Subo mis brazos a mi pecho y me cubro como puedo.

—Dame la toalla.

La malicia pasa por su rostro, coloca la toalla en el lavamanos, más lejos de mi alcance.

—Ven por el —me reta.

Quito mis ojos en él, miro el suelo y rezo para que se vaya; escalofríos viajan por todo mi cuerpo haciendo que recoja mis piernas y sobresalgan mis rodillas del agua. Khalid se sienta en la orilla de la bañera, cruzando una de sus piernas.

—No has respondido mi pregunta, bonita.

—Sí, aprendí lo necesario.

—¿Cómo qué?

Levanto mis ojos en él y él ya me está viendo—. Los pasos del baile; sostener una copa; sentarme a la hora de comer y los temas que puedo tocar.

—¿Y todo eso lo has aprendido en ocho horas?

—¿No me crees? —y el miedo se va yendo. «Mierda».

—No quiero problemas en la reunión de Salazar.

—Entonces inventa algo y no me lleves —menciono—. Di que tu querida esposa se enfermó en un mal momento —suelto mi sarcasmo.

—Sería de mal gusto no ir, bonita —en sus labios está aquella sonrisa, aquella arrogancia y egoísmo—. El baile estará hecho a tu honor.

—No lo he pedido.

Se encoje de hombros—. Eso no importa, a nadie le importa si lo pediste o no; te quieren conocer, les mata la curiosidad en saber de ti.

—No quiero ir —pronuncio cada palabra con fuerza, sin dejar que ningún gemido de miedo salga.

Khalid se acerca más y al ver aquello, mis brazos y piernas se pegan más a mi cuerpo; él coloca sus dedos helados en mi barbilla y me levanta la vista, miro aquellos ojos llenos de maldad.

Khalid CafieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora