Capítulo 36

361 30 0
                                    


—Hey, hey —escucho a alguien llamarme, abro con cuidado los ojos y la veo—. Al fin.

Giro mi rostro y me encuentro en una habitación muy oscura, bajo mi rostro y puedo ver con claridad mi cuerpo en el suelo; levanto la vista hacia ella, sus brazos están cruzados y algo en ella se ve distinto, más pálida, más débil.

—¿Estoy muerta?

—Oh no, y gracias a mí.

Arrugo mis ojos al escuchar aquello—. ¿No te cansas de ser tan orgullosa? —trato de mejorar mi vista para ver más allá de aquel oscuro lugar.

—¿Por qué debería de cansarme cuando tengo la razón? Sin mí —se encoje de hombros— ya estarías muerta desde hace mucho.

Ruedo mis ojos y trato de levantarme.

—No te lo recomiendo. —Me detiene.

—¿Por qué?

—Digamos que tu cuerpo no está en una bonita posición.

—¿Posición? ¿En dónde estoy?

—Ahorita, en nuestra consciencia; cuando despiertes, entre los escombros.

Al imaginarme aquel momento metida debajo de no sé cuántos escombros encima de mi cuerpo, el miedo empieza a aparecer, trago con fuerza y noto que mi garganta se seca con rapidez al mismo tiempo mis pulmones no logran agarrar suficiente aire; trato de moverme pero ciertas áreas del cuerpo las dejo de sentirlas. Siento como mi cuerpo es rodeado por una ola de calor, haciéndome sudar las palmas de mis manos, las axilas y la frente empiezan a rodar algunas gotas.

—Cálmate —sugiere Detta— sigues con vida, solo que el choque de tu cuerpo no lo soportó y por eso estás desmayada.

—Me falta la respiración —anuncio al escuchar mi corazón latiendo con muchísima fuerza.

—Estás entrando en una crisis de ansiedad, debes de calmarte.

—¿Calmarme? ¿Ese es tu mejor forma de detener esta crisis? —pregunto esforzando la voz, mis pulmones empiezan a dolerme y me canso más rápido de lo habitual.

—Tú no sufres de ansiedad.

—Oh, ¿ahora necesito haber sufrido antes de ansiedad para que me dé? —digo con ironía; no sé de donde saco las fuerzas para hablar, solo sé que mi cabeza pide ayuda a gritos.

—Debo de admitir que esa ironía estuvo buena.

—¿¡Me vas a ayudar, joder!? —Grito y mi cuerpo da una sacudida, acompañada de temblores débiles.

Puedo ver como ella rueda sus ojos y de repente la oscuridad se vuelve más densa, haciendo difícil que mis ojos puedan ver algo; aquello no me ayuda a calmarme, el miedo a la oscuridad aparece, pero es tan suave que se afinca en mi estómago con menor fuerza.

—En un rato vas a despertar, pero tienes que saber que no voy a estar presente —anuncia—, esa pastilla no se ha ido del todo de nuestro cuerpo.

Dejo de verla. Con un jadeo fuerte abro mis ojos en el medio de los escombros; gimo al sentir mi cuerpo en una posición incómoda y adolorida. Hay espacio estable para mover mi cuerpo, apoyo mis manos en un lugar sólido para sentarme. Gimo un poco y siento leves punzadas en la cabeza, mis piernas tienen pequeños pero bastantes cortes y la mayoría tienen la sangre seca; el vestido de limpieza está hecho un asco, lleno de polvo y roto en ciertas partes.

«Por lo menos no tengo ningún hueso roto... creo», levanto la vista y por una pequeña abertura entra un poco de claridad. Giro mi rostro en busca de una salida y la hallo una salida angosta, de altura pequeña; me acerco a ella y noto un largo recorrido con varios obstáculos en el camino.

Khalid CafieroOn viuen les histories. Descobreix ara