Capítulo 42

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Poco a poco nos giramos hasta estar al frente de él; está hecho del asco, su camisa blanca está rasgada por varias partes y con algunas manchas de sangre seca; en su mejilla derecha tiene una pequeña herida diagonal. Su respiración sube y baja con violanecia, como si hubiera corrido un maratón.

—Eliseo... —hablo pero me quedo muda al ver que el arma se balancea hasta mí, Joyce me agarra de la mano y me tira hacia atrás, protegiéndome con su cuerpo.

En eso mi mirada baja a la cintura de Eliseo, donde veo un cinturón lleno de armamentos mientras que otra arma está guindada en su espalda.

—Elbittar —pronuncia el francés—, baja esa arma, es una falta de respeto hacia mí.

Eliseo ignora las palabras de Joyce y nos sigue apuntando, pero lo que más me asusta de aquello es su mirada, una mirada perdida por el rencor y el odio.

—¿Y?

—¿Y? soy un servidor de Dios, es una falta a mi persona y sobre todo a él.

—Y un asesino.

—Solo la mitad del tiempo —admite Joyce—, pero he dedicado mi gran vida a Dios, y cada vez me voy a confesar, liberándome de mis pecados.

Giro mi rostro incrédula a Joyce.

—Bla, bla, bla; son las misma palabras que usa un seguidor de la religión, muy hipócrita de tu parte meter a Dios en asuntos de asesinos.

—Me estás sacando se mis casillas, Elbittar...

Pero antes de que Joyce pueda terminar su oración, dos hombres aparecen detrás de Eliseo apuntando con sus armas, aquellos cargan trajes militar y supe de inmediato que son los rebeldes; antes de avisarle al alemán, dos dagas son lanzadas por el aire y puedo verlas pasarle por los dos lados de Eliseo y una de ellas rasguña un poco su oreja. Las dagas se encajan de inmediato en los dos rebeldes, dejándolos caer al suelo de golpe.

—Me debes una —indica Joyce.

Pero Eliseo jala del gatillo de su arma dejando que dos balas salgan de ella, puedo ver de nuevo aquello, cuando una de las balas pasa por mi lado y logro seguirla con la mirada hasta verla enterrada en el cuello de una mujer.

—Creo que estamos a mano —respondo el alemán al matar a las dos rebeldes que estaban detrás de nosotros.

—Déjanos en paz, necesitamos llegar a tiempo y contigo estamos perdiendo tiempo, tiempo valioso —menciona Joyce y me coge de la mano para seguir con nuestro camino.

—¿Y desobedecer a mi jefe? No lo haré, Rousseau.

Escucho a Joyce suspirar y moviendo aquel rosario con rapidez.

—Sé que no eres como ellos, así que no uses tu parte terca, no te luce.

Eliseo dispara sin aviso, el cuerpo del francés recibe el impacto en el pecho, quedando perplejo y de un silencio temeroso.

—No, no, no —repito y el cuerpo va cayendo, lo sujeto antes que caiga por completo y caigo con cuidado al suelo—. No, Joyce dime algo...

Trato de llevar mis manos a su pecho, pero antes de revisarle la herida, Eliseo me agarra del brazo, separándome de él.

—¡No, no, no! ¡Suéltame! —Chillo con fuerza y sacudo mi cuerpo para soltarme de su agarre, pero él se aferra en mi brazo—. ¡Cómo pudiste! —chillo—. ¡Le has disparado, mierda!

Eliseo se detiene de golpe y me gira con brusquedad.

—Sí, joder, sí le disparé —afirma con furia—. Khalid te dio solo una orden, una sola y la desobedeciste.

Khalid CafieroWhere stories live. Discover now