Capítulo 8

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Cierro la puerta de golpe, suelto el aire con violencia.

—¡Dios! —exclamo, perdida en mi cabeza, que da vuelta a aquellas palabras, golpea con fuerza «yo maté a mi padre».

Doy unos dos pasos y parpadeo varias veces al darme cuenta de que el pasillo se encuentra solitario, «una tercera oportunidad para escapar de aquí ¿no?» aparece la frase; me acerco a la escalera y bajo unos pocos escalones en silencio, observo el lugar y al no ver rastro de ningún hombre, termino de bajar; escucho el sonido de una puerta abrirse y me llegan risas y algunas que otras palabras, veo por el pasillo largo como tres hombres van saliendo de aquella habitación, y antes de que miraran hacia al frente, camino a la única puerta que tengo a mi vista —que está al lado del pasillo que da a la cocina—, giro la manilla y para mi suerte, esta abre.

Cierro la puerta con cautela y miro el lugar, a mi lado izquierdo se encuentra una ventana grande donde entra la iluminación a la pieza. Al frente y a la derecha se hallan varias bibliotecas con miles de libros, el escritorio se encuentra a una distancia cerca de la ventana; varios hombres pasan cerca de la ventana y mi cuerpo se agacha de inmediato, me muevo hasta ocultarme contra el escritorio y miro con cuidado; ellos no se percatan de mi existencia y siguen su camino como si nada. Gateo hasta acercarme a la cortina y la jalo para tapar la ventana poco a poco hasta saber que nadie me puede ver. Me levanto del suelo y me siento en la silla del escritorio, enciendo la laptop y para mi mala suerte, pide contraseña.

Reviso las gavetas del escritorio, en busca de alguna pista que me diga en donde estoy y por qué; de inmediato aviso a mi cabeza de que la huida tendrá que posponerse para otro día o solo por algunas horas, «si tengo éxito». Abro la última gaveta y veo una montaña de billetes separados por ligas y encima de esta, se encuentra un celular de un modelo viejo. Mi cuerpo se pone rígido al escuchar voces desde afuera y al ver la manilla moverse, agarro el celular y me agacho, cierro con cuidado la gaveta y me escondo debajo del escritorio.

—Khalid debería de tener más cuidado —identifico la voz de Vex.

—Sabe cómo es Khalid —responde la voz de Eliseo—, es muy testarudo y se cree que tiene mil vidas como un gato. Igual a su padre.

—¿Quién le disparó esta vez?

—Uno de los hombres de Tiburón, pero Khalid se encargó de él.

—¿Tiburón sigue rodando por estas zonas? No ha aprendido nada.

Los pies de Eliseo se colocan adentro del escritorio, dejo de respirar por un breve momento al ver lo cerca que están aquellos zapatos con los míos; hago el leve intento de arrimarme hacia un lado, pero los pies del médico aparecen al otro extremo. Muerdo mi lengua al ver mi situación y solo me queda abrazar con más fuerza mis piernas y no hacer ningún movimiento o ruido.

—Tiburón no entiende que esta zona no le pertenece —habla Eliseo—, un pandillero al fin.

—Todavía me cuesta creer que Tiburón y tú fueron buenos amigos en su tiempo —suelta Vex acompañado de una risa—. Me sorprende como las cosas pueden cambiar con el tiempo, un día quieres esto, al otro día ya no.

Khalid CafieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora