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12 de enero, 2019

Decidimos salir a disfrutar del sábado a la noche. El clima es hermoso, muy veraniego y festivo. Me hace acordar a la primera cita que tuvimos, solo que no estoy tan nerviosa como aquella vez, a pesar de que aún siento el mismo cosquilleo cuando él toma mi mano y me besa.

Tomamos un helado sentados en un banco en la plaza, ubicado justo enfrente de la iglesia. Miramos desde afuera el casamiento que se está produciendo en este mismo momento y no puedo evitar imaginarme ahí con Kevin.

—Todo muy lindo —digo—, pero ni loca uso ese vestido.

—¿Qué tiene de malo? —interroga con tono divertido y mirándome de reojo.

—Es demasiado... Voluminoso. ¡Mirá la cola que tiene! Mide como dos metros, es excesivamente grande. No puedo usar eso ni loca.

—Te propongo algo —dice, sonriendo con expresión pícara y terminando de comer su helado—. Vamos a recorrer locales que vendan vestidos de novia y me decís cuál te gusta más. Y así me fijo algún traje con el que combinemos.

—¿Será buena idea? —cuestiono con tono dudoso—. Va a ser divertido, pero...

—Si no querés, no lo hacemos. No pasa nada, podemos ir a hacer otras cosas. Conozco un lugar para jugar a los bolos acá cerca, ¡o al pool! —ofrece con tranquilidad. Asiento con la cabeza.

—Podemos ver vestidos y después vamos al pool —respondo, esbozando una sonrisa.

Tiramos nuestros tarritos de helado vacíos al tacho de basura y empezamos a caminar para mirar vidrieras. Por ahora, vemos más locales de trajes que de vestidos de novia. Yo imagino a Kevin con cada uno de esos y puedo decir que todos le quedarían excelentes. Él podría ir hasta como vagabundo al casamiento que yo podría decir que es hermoso igual.

—¡Ese! —exclamo, al encontrar el vestido de novia perfecto.

Un escote corazón, ajustado en la cintura, y una falda con corte princesa. Apenas algunos brillantes en la tela y sin nada de cola, corte recto a la altura del tacón. Es sencillo, humilde y perfecto. Él sonríe y sus ojos se iluminan.

—Es absolutamente diseñado para vos —comenta sin dejar de mirarme—. Vamos.

—¿A dónde?

—A comprarlo. Nos casamos mañana. —Arqueo las cejas y frunzo los labios en un gesto de incredulidad. Él estalla en carcajadas y me da un beso—. Era broma, aceituna, no te preocupes.

—Uf, menos mal —contesto con seriedad e intento sonreír—. Apenas nos comprometemos, me gustaría disfrutar más del compromiso antes del casamiento.

—Lo sé. —Me toma por la cintura y me da otro beso antes de continuar caminando—. Entonces te gusta ese vestido... —Asiento con la cabeza—. Estoy seguro de que lo vas a tener.

Llegamos al pool en diez minutos. Pedimos una cerveza en el bar antes de comprar algunas fichas para jugar y comenzamos a competir. Por ahora va ganando él, pero es que él sabe jugar desde antes.

—Hola —dice una voz femenina detrás de nosotros.

Me giro para mirarla y suspiro. La nueva vecina, con un vestido blanco ajustado al cuerpo, tacones negros, pelo suelto y maquillaje perfecto. Esta mujer es una bomba sexual, creo que no voy a parar de pensar en eso cada vez que la vea. Kevin le ofrece una sonrisa amable y un gesto con la cabeza a modo de saludo, mientras yo solo esbozo una sonrisa falsa.

—¿Puedo jugar con ustedes? —cuestiona.

No recibe respuesta. Agarra mi palo, se inclina sobre la mesa, creo que saca más cola de lo normal, y golpea a la bola blanca para luego darle a una lisa y embocarla en el agujero correspondiente.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Where stories live. Discover now