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23 de marzo, 2019

Siento unas ligeras cosquillas en mi vientre que me hacen girar en la cama. Bajo mi camiseta y sigo durmiendo, pero ahora las cosquillas suben por mi cuello hasta mis mejillas.

—Aceituna... —susurra una hermosa voz en mi oído—. Arriba, dormilona.

Recuerdo en dónde pasé la noche y me incorporo en la cama con velocidad, golpeando la cabeza de Kevin sin querer. Él hace un sonido de dolor y se frota la frente a la misma vez que yo, luego estallamos en carcajadas.

—Idiota —le digo sonriendo. Me da un beso tierno y se sienta junto a mí—. ¿Qué hora es?

—Las nueve y media. Me dijeron los chicos que te vieron dormir profundamente y les dio cosa despertarte temprano, así que te dejaron seguir —responde—. Estela me contó que se quedaron hasta tarde viendo pelis, al parecer se divirtieron.

—Sí, la pasamos bien. —Me río—. Es una buena chica, me cae bien, al menos mejor que antes.

—Es muy buena, Oli. Van a ser muy amigas y más ahora que los primos van a tener la misma edad —contesta asintiendo. Suspira, se levanta y toma mis manos para ayudarme a ponerme de pie. No protesto, pero me hace sentir discapacitada, tampoco es que no tengo fuerza en las piernas—. Vamos a casa.

Luego de ir al baño y cambiarme el pijama por ropa decente, saludo a mis cuñados agradeciéndole la linda noche y subo al auto junto a Kevin. Él abrocha mi cinturón y comienza a manejar, yo voy distraída revisando algunos mensajes del celular, como mis amigas preguntando cómo estoy.

Cuando vuelvo a levantar la vista, me doy cuenta de que estamos en una calle desconocida. Frunzo el ceño y miro a mi acompañante, pero va concentrado en el camino.

—Amor, no es por acá el camino a casa —digo.

—Es un atajo, nada más —contesta rápidamente y sin dejar de mirar al frente. Hago una mueca de incredulidad, pero decido creerle—. Tranquila, aceituna. Vamos a llegar a casa, ni que te fuera a secuestrar. —Se ríe.

—De vos se puede esperar cualquier cosa —replico divertida y él me saca la lengua.

En cinco minutos está estacionando en una casa muy hermosa, pero que no conozco.

—¿Vamos a visitar a alguien? —pregunto, quitándome el cinturón. No responde, simplemente baja y abre mi puerta.

Él se dirige al hogar con toda seguridad mientras yo lo sigo a paso lento y nervioso. Miro la calle, el asfalto es tan liso que parece nuevo, todas las casas de la manzana son preciosas, da a pensar que es un barrio bastante caro. Cuando vuelvo a mirar a Kevin, ya entró a la casa. ¿Pero cuándo...?

Corro por el pequeño caminito de ladrillos que atraviesa un patio hasta la puerta principal y entro con algo de miedo.

—¡Oli! —me llama mi marido, haciéndome sobresaltar.

—¿Qué pasa? ¿Dónde estamos? —interrogo asustada—. ¿De quién es la casa?

Recorro el interior con mi mirada y no puedo creer lo que veo. El piso es de madera y está tan encerado que el reflejo es impresionante. Tiene escaleras del mismo elemento, las paredes con ladrillos blancos, rojos y blancos. La sala es muy amplia, incluso sobra lugar cuando veo mi sillón y la... ¡Esperen! Esta casa tiene un sillón igual al mío, el televisor también, ni hablar de la mesita ratona en medio de ambas.

Corro a lo que creo que es la cocina, pero me quedo estática. Esto no es una cocina, es el maldito estudio de máster chef, pienso incrédula. Tiene dos hornos, uno es igual al mío, una heladera de dos puertas, las encimeras son de mármol y granito y hay una barra desayunadora en el medio con unas butacas de cuero blanco y madera completamente hermosas.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Où les histoires vivent. Découvrez maintenant