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Me mira esperando alguna contestación y chasquea la lengua cuando no digo nada. Me encojo de hombros.

—¿Y vos qué le dijiste? —cuestiono con interés, jugando con un hilo suelto de la sábana.

—Que no estabas. Me dio las flores y se fue. Ni siquiera me preguntó quién soy, pero supongo que se habrá dado cuenta de que soy tu novio —contesta, volviendo a cerrar los ojos.

—¿Y te pusiste celoso? —Asiente con la cabeza y sonrío—. ¿Y por eso querías que hagamos cosas en la cocina? Como para demostrarte que te amo.

—Dejá de leerme la mente —dice con tono avergonzado y me río. Me acurruco a su lado y apoyo mi cabeza en su pecho mientras lo abrazo. Él acaricia mi pelo—. Me sentí muy mal, recuerdo que me dijiste que tus ex son feos, pero Benjamín no lo es en absoluto.

—Ay, galán, no seas idiota. —Nos reímos—. Comparados con vos, todos son feos para mí. Además, a Benjamín no lo veo desde que nos separamos, tengo su figura borrosa en mi mente y tampoco es que desee recordarlo.

—Aceituna, me hacés sentir halagado, pero creeme cuando te digo que Benjamín no es para nada feo, incluso creo que es mejor que yo y eso que no me gustan los hombres —comenta con seriedad.

—No estés celoso, no seas tonto. Sabés que te amo a vos y por suerte no tengo la costumbre de volver con exnovios. Así que no te preocupes, ese chico no va a volver, ya te vio con calzoncillos de tortuga ninja y dijo "uy, que malote". —Hago voz de hombre y se carcajea.

—No, porque me puse pantalones antes de abrir. Pero supongo que vio mis músculos y eso lo asustó —expresa con tono fanfarrón—. Tengo que volver al gimnasio, estoy perdiendo el tono muscular porque me estás engordando.

—Ajá, claro. Te veo hacer ejercicio todos los días, no engordaste ni un gramo —contesto entre risas—. Yo debería hacer ejercicio, estoy bastante oxidada y cada vez me siento más dura. Además, las inyecciones anticonceptivas me están engordando.

—¿Sabés que el sexo cuenta como ejercicio? —cuestiona sensualmente. Esbozo una sonrisa y niego con la cabeza en un gesto de incredulidad.

—Por eso estás tan musculoso —digo, acariciando su pecho por encima de la camiseta.

En un rápido movimiento, gira y queda sobre mí. Siento su cuerpo aprisionando el mío, su boca va segura hacia mis labios, chocando con velocidad y extrema dulzura a la vez.

—Te amo, aceituna —susurra en mi oído.

—Y yo te amo a vos, mi amor —replico, acariciándolo—. No te das una idea de cuánto te amo.

—No me dejes por ese tipo, por favor —murmura mirándome a los ojos con expresión triste. Niego con la cabeza y sonrío.

—Jamás te dejaría, no te cambiaría por nadie, idiota.

—Cuando estoy acostumbrándome a que me digas galán, me volvés a decir idiota y me confundo. ¡Decidite, aceituna! —exclama con tono divertido. Suelto una carcajada.

—¡Es que sos mi galán idiota! —manifiesto y le saco la lengua. Él rueda los ojos y sonríe antes de besarme.

Traza un camino de besos por todo mi cuello. Abre con paciencia uno por uno los botones de mi camisa hasta que logra quitármela. Sus dedos se dirigen a los broches del corpiño y, cuando me lo saca, mi teléfono suena. Le hacemos caso omiso y él continúa acariciando mi cuerpo y besándome con más intensidad. Le saco su remera con velocidad y continuamos besándonos.

El celular suena otra vez. Suspiro y me alejo de Kevin para buscarlo en el bolso.

—Puede ser Laura, quizás pasó algo —digo. Él resopla y asiente con la cabeza.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Where stories live. Discover now