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10 de marzo, 2019

—¿Y por qué habrán dejado a los muñecos endemoniados esos? —cuestiona Kevin mirando la fecha de vencimiento de unas papitas fritas.

Ahora nos encontramos en el supermercado, aprovechando que es domingo y tenemos el día libre, comprando las cosas que necesitamos para hacer la torta y los adornos para decorar la casa de su padre, así como algunos snacks para la fiesta. Le estamos usando todo a Lorenzo y no se queja para nada, es un buen suegro.

¡Faltan nada más y nada menos que cinco días para casarnos! Ay, estoy tan nerviosa. No puedo creer que falte tan poco, el tiempo pasó volando. Ya tenemos casi todo listo, al menos por mi parte ya está todo preparado.

—No sé —respondo encogiéndome de hombros y mirando a mi acompañante—. No me responden los mensajes las malditas, me clavan el visto. —Suelta una carcajada y empuja el carrito de compras hasta el sector de cotillón—. Quizás quieren hacernos recordar que ellas nos unieron, qué sé yo. Pero no entiendo porqué le colocaron esa galletita de plástico en la boca.

—Bueno, tarde o temprano te lo van a tener que decir... A mí tampoco me responde Joaquín, en cuanto lo vea le voy a dar unos buenos golpes por hacerse el vivo. —Revuelve entre las góndolas con concentración—. ¿Qué te parece esto? —interroga, mostrándome un cartel con anillos. Arrugo la nariz.

—Es feo —murmuro—. ¿Y si solo colgamos globos blancos y guirnaldas doradas? No pongamos tanto detalle.

—Va a parecer una comunión —comenta con tono dudoso. Suelto una carcajada.

—Es verdad, además vamos a estar vestidos como si fuese una comunión —respondo. Él arquea las cejas y se acerca a mí dejando el changuito cargado de lado.

—¿Te vas a poner un vestido blanco? —pregunta ilusionado. Hago una mueca pensativa y sonrío.

—No te voy a decir nada... —De repente veo el carrito comenzar a deslizarse hacia atrás—. ¡Cuidado!

Demasiado tarde. El objeto choca contra una pirámide de latas, provocando que todas ellas se caigan y toda la gente a nuestro alrededor nos mira como si hubiésemos robado o algo por el estilo, algunos ojos nos recriminan de una manera impresionante y otros nos miran con diversión. Yo solo muero de vergüenza y Kevin pone expresión de pánico.

—No pasa nada, yo lo acomodo —dice un repositor acercándose con una mueca de irritación en su rostro—. Pasa seguido, no se preocupen.

—Perdón, perdón —repite mi acompañante antes de agarrar el changuito y alejarnos lo más posible de la escena—. Ay, Dios, soy un idiota —murmura. Arqueo una ceja.

—Hace mucho que no te escuchaba decir eso —comento con una media sonrisa. Él suelta una risita y dobla en el pasillo de los lácteos.

—No lo digo en voz alta, pero suelo pensarlo bastante seguido —responde agarrando varios envases de crema y dejándolos en el canasto.

—Ya pasó la época de tu idiotez, amor —digo mirando un yogurt con duraznos. Decido agarrarlo para comerlo más tarde. Él me mira de reojo y sonríe.

Lo sabe. Sabe que todavía no me bajó y que probablemente no me va a bajar, por eso me me hice adicta a los duraznos, por eso a veces contengo las ganas de vomitar y por eso le agarré repulsión al perfume de Kevin. Noto que él no lo usó más y se lo agradezco mentalmente.

—Mirá, aceituna, un nuevo postre sabor frutilla, ¿llevamos? —expresa con un tono entre divertido y burlón. En cuanto me muestra el pote y veo la frutilla en su interior, ya que el envase es transparente, no puedo evitar hacer una arcada. Él frunce el ceño y me mira con preocupación—. Bueno, eso es algo nuevo. ¿Estás bien?

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Where stories live. Discover now