7

4K 392 122
                                    

10 de enero, 2019

Después de cerrar la pastelería, Kevin dice que tiene ganas de visitar a su padre, así que allá vamos.

Lorenzo sale treinta segundos después de que tocamos el timbre y nos recibe con un fuerte abrazo. Todavía me parece demasiado efusivo, pero ya me estoy acostumbrando.

—¡Qué sorpresa! —exclama—. ¿Qué los trae por mi pequeño hogar lleno de ideas interiores? —cuestiona. Tengo que contener una carcajada, pero Kevin la suelta y no puedo evitar seguirlo.

—¡Papá! Siempre una frase nueva para recibirnos —comenta su hijo sonriendo.

Pasamos a la sala y mi suegro nos dice que tomemos asiento y nos ofrece varias cosas para beber. Yo solo pido agua, así que me mira con atención. Me siento tan observada que empiezo a sentirme incómoda.

—¿Acaso estás embarazada? —interroga de repente, tomándome por sorpresa.

—¿Eh? No, no, ¿por qué creés eso, Lorenzo? —cuestiono titubeando. Siento mis mejillas rojas.

—Bueno, porque siempre pedís café y hoy querés agua. Además, vinieron sin avisar y eso se me hace raro... —replica encogiéndose de hombros—. Si voy a ser abuelo me gustaría que me lo dijeran.

—No vas a hacer abuelo, pa —contesta Kevin seriamente—. Al menos por ahora. —Se aclara la voz y muerdo mis uñas—. Solo queríamos pasar a visitarte. ¿Cómo vas con los calzones nuevos que me comentaste por teléfono? ¿De qué se trata?

—¡Ah! Esperen... —Se levanta y se va por un instante. Cruzo una mirada aterrada con mi novio, llega a aparecer con calzones puestos y me desmayo. Vuelve con una prenda y un vaso de agua en sus manos y suspiro de alivio. Me extiende el vaso y tomo unos tragos mientras habla—. Bien, esto les va a servir a ustedes que tienen mucho sexo.

Me atraganto con la bebida y tengo ganas de llorar a causa de la vergüenza. ¿Por qué se le ocurre decir eso? Los dos hombres me hacen caso omiso, aunque Kevin golpea mi espalda con suavidad.

—Miren —continúa Lorenzo—. Prenda uno, bombacha de mujer. Si están apurados y no tienen ganas de sacarse todo, abren esto así y ¡sorpresa! —Abre la costura del centro de la bombacha y pasa la lengua por la abertura. Me hundo en el asiento—. ¿Ven? La vagina a disposición...

¡Ay, por Dios! ¡Que la tierra me trague! Noto que mi acompañante está tan incómodo como yo, pero no dice nada. El viejo agarra otra prenda, esta vez es un calzoncillo.

—Para el hombre, mucho más fácil. Preservativo incorporado. —Ahora es su hijo quien se atraganta. Yo sigo muriendo de vergüenza—. Vean esto... —Abre la costura del calzoncillo y sale una bolsita cocida desde adentro—. El hombre inserta el pene acá cuando se pone el calzón y ya está preparado para la acción en cualquier momento, solo debe abrir la costura. —Esboza una sonrisa triunfante como si hubiera creado el mejor invento del planeta.

—¿Y ya lo probaste? —cuestiona Kevin removiéndose en el asiento. Lorenzo niega con la cabeza y nos da la ropa interior.

—Quiero que la prueben ustedes —comenta—. Son jóvenes y tienen sexo, me darían una buena opinión sobre mis prendas. Otra cosa, el calzón se lava y el preservativo puede volver a ser usado. —Nos guiña un ojo y yo arrugo la nariz. No sé si eso es muy higiénico.

—Vamos a intentarlo... —respondo con lentitud y haciendo una mueca de incredulidad.

—¡Muchas gracias! ¿Quieren quedarse a cenar y les cuento mis ideas?

Nos quedamos porque nos da lástima decirle que no. A pesar de que es medio raro, es un buen hombre, y creo que habla tanto cuando está con nosotros porque se la pasa casi todo el tiempo solo y se debe sentir mal. Yo lo quiero, es un buen suegro a pesar de que me hace pasar vergüenza y a veces me da a pensar que lo hace a propósito. Espero que no.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt