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Víctor engullía una lata de sopa cubierto bajo una manta térmica

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Víctor engullía una lata de sopa cubierto bajo una manta térmica.

Estábamos en uno de los edificios con cita de demolición, cerca del depósito de basura para reciclar de la ciudad. Ese era un escondite de vagabundos, pero nunca había encontrado a nadie por allí, la única marca que habían dejado para que dedujera su presencia eran sucios colchones, cobijas olorosas, paredes pintadas y latas de comida esparcidas por el suelo, también algunos insectos del desagüe. La humedad se vertía en chorros oscuros por toda la estructura.

Estaba sentado sobre una caja de sodas, procesando todo lo que Víctor me había contado, lo había bombardeado con preguntas y aunque había cosas que todavía quería saber, le había dado su espacio para no asustarlo porque se hallaba muy débil y turbado.

Luego de que yo abandonara la fiesta y fuera al hospital, hacía dos semanas, Víctor había regresado al orfanato con su grupo. Dijo que estaba triste porque Mirlo se había quedado en la playa, pero que, a las horas, ella apareció en la ventana de su habitación y le preguntó si quería jugar a las escondidas con ella. Él acepto y se fue al barco con los licántropos.

Para entonces yo calculé que sería bien entrada la tarde, cuando yo me estaba escapando del hospital Mirlo estaba en la ciudad, con su traje, secuestrando a Víctor. La última vez que me comuniqué con ella dijo que había descubierto que asesinarían a todos los niños y que trataría de averiguar más.

Pero no sabía qué había descubierto y le pregunté a Víctor, pero me respondió que ella no le contó nada. Tal vez en lugar de averiguar más se conformó con llevárselo a él para que no lo mataran.

Pero era extraño porque yo llevaba dos semanas en ese lugar y no habían acabado con ningún niño.

Por otra parte, me explicó algunas cosas que no me interesaban, pero tuve que ser paciente para no asustarlo, me relató todos los juegos que le habían enseñado y cómo Cet y Yun desenfundaban garras largas y según él garras muy «funny».

Dijo que Mirlo se veía asustada cuando subieron al barco pero que le había prometido que no moriría al igual que todos los niños y ancianos de la ciudad. Entonces mencionó que escuchó un rugido, como un cañón y el agua comenzó a entrar por todos lados, que el suelo del barco se hizo inestable y comenzó a romperse. Contarme cómo alguien en la orilla le disparó una bala de cañón al barco casi lo hizo llorar. Mirlo lo sostuvo y lo ayudó a nadar a un lugar seguro. Él no sabía hacerlo.

No sé qué clase de bomba le arrojaron, pero me comunicó que el barco se quemaba mientras se hundía. Ceto, Yunque y Mirlo se salvaron del agua envenenada porque tenía puestos los trajes, nadaron con él hasta una de las islas rocosas. Cuando llegaron me dijo que Mirlo, Ceto y Yunque hablaron por alguien con la radio, con una chica, pero que no entendió lo que les dijo porque hablaban rápido y en español.

Ellos estaban molestos con la muchacha del comunicador y terminaron vetando al agua el emisor.

Allí planearon regresar por mí y por tanques de oxígeno y largarse de la ciudad. No usaban los cascos porque se le había acabado la carga de los tanques, pero en medio del mar podían respirar sin dificultad, ya que estaban demasiado lejos de la ciudad.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora