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 Mirlo tenía el dibujo de una abeja porque ella a veces se sentía como aquel insecto, fundamentalmente importante para el mundo entero pero valorado por nadie

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 Mirlo tenía el dibujo de una abeja porque ella a veces se sentía como aquel insecto, fundamentalmente importante para el mundo entero pero valorado por nadie. Y la abeja no necesitaba ser querida para trabajar, ella seguía su propio propósito y le importaba una mierda cómo fueran las cosas en el exterior de su panal.

Seguí los íconos. Cada vez que encontraba un nuevo dibujo eran como una señal enviada del cielo, un camino de rocas para mí.

Podía tratarse de una alucinación, pero que supiera las drogas que me daban no hacían eso.

Anduve en el sendero, los dibujos se iban haciendo cada vez más pequeños y a cada paso que daba estaban bocetados con un poco más de detalle. A mi izquierda había una pared de granito ennegrecido, tropezaba todo el tiempo, pero continuaba avanzando hasta que la marca finalizaba en una grieta. Era pequeña.

Sobre la hendidura en el granito estaba tallado el dibujo de una abeja abriendo sus alas. Traté de deslizarme al interior de la grieta, pero no pude.

—¿Mirlo? ¿Cet? ¿Yu... —hubiera sido mucho imaginar que Yun había encontrado la manera de meterse en un lugar tan pequeño.

Aporreé frustrado la roca, apoyé mi espalda en el muro y me deslicé sintiendo la preocupación creciendo cada vez más en mi pecho ¿Eso significaba que los humanos me habían dejado una semana inconsciente y me habían hecho creer que era otra persona por siete días más? Si era cierto eso significaba que mis amigos llevaban casi medio mes escondiéndose en aquella tumba de roca.

—¿Hydra? —inquirió una voz tímida.

Giré mi cabeza y mi corazón se detuvo. Sentí un hormigueo en mi espina dorsal y los dedos me cosquillearon. De la grieta estaba asomando la cabeza un niño, más precisamente era Víctor. Su cabello ensortijado le cubría los ojos, se los corrió con su manita para verme. Ya no tenía tantas mejillas ni estaba tan regordete como la última vez que lo había visto. Ahora se veía como un canijo escuálido, de piel oscura, pero pálida y vestimentas grandes y oxidadas.

—¿Víctor? —pregunté—. Are you?

Yes! —comentó feliz pero no se atrevía a salir de su escondite— Are you, Hydra?

No pude contenerme y me abalancé para abrazarlo, él se marchó de la grieta y fue directo a mis brazos. Comenzó a hablar atropelladamente en inglés sobre mi hombro. Trató de explicarme cosas y yo no lo entendía, pero continuaba estrechándolo como si temiera que se desvaneciera. Estaba muy delgado. Podía sentir sus huesos bajo la piel, y estaba ojeroso, no comía bien hacía dos semanas, temblaba un poco y tenía los ojos llorosos.

Estaba tratando de dominarse, pero no era muy bueno en eso así que las lágrimas se desbordaron de sus ojos marrones, su pecho vibró a causa de los sollozos y contrajo su cara y la ocultó avergonzando.

Sequé con las manos sus lágrimas, enmarqué su carita con mis palmas y le alcé la mirada. La luz azul de mi computadora nos iluminaba a los dos.

—Vic, mírame, Vic ¿Sabes dónde está Mirlo?

—La dejé, hace unas horas... a Mirlo. Cet y Yunque me dijeron que tenía que ir a la fiesta y advertirte. Vimos las luces, oímos la música... ella no quería que fuera. Rompí la promesa. I... le dije que no iría. I promise her.

—¿Dónde están?

—No sé, todas las noches nos movíamos. Tenía que regresar hace horas, pero no lo hice.

—¿Por qué?

—Porque quería buscar comida. I'm hungry and thirsty. El agua del mar no se puede tomar. Y Ceto volvió muy herido la última vez que fue a buscar comida.

Comenzó a hablar otra vez atropelladamente en inglés, contándome muchas cosas que no atinaba a comprender. Meneé la cabeza. No podía narrarme dos semanas de eventos en unos minutos. Miré su rostro famélico, tenía los labios muy secos y los ojos enrojecidos, al parecer de llorar mucho. Necesitaba beber algo, lo sostenía en mis brazos, pero sabía que si lo soltaba caería derrotado al suelo.

Tal vez no tenía fuerzas para regresar con mis amigos y en realidad había ido a esa cueva a morir.

—¡Dan! —nos llegó el eco del grito de una voz.

Era la voz de tío Andrew. Deposité el dedo índice en mis labios y le exigí silencio a mi pequeño acompañante. Pensé en correr, pero se oía lo suficientemente lejos como para intentar pasar desapercibidos. Tragué saliva y cerré los ojos esperando que se alejara, pero la voz volvió a sonar y esta vez más alto y cercano.

—¡Dan! ¿Dónde estás?

Your computer —explicó Víctor y para ayudarme a comprender me agarró la muñeca que emitía una luz azul, la alzó, el destello opaco lo iluminó y sus ojos se dilataron de miedo—. Your computer.

—¿La rastrean? ¿Saben dónde estamos por esto?

Yes, sí.

Alcé a Víctor en mis brazos y comencé a correr hacia la playa, caminé cautelosamente, colocando mis pies sobre la roca de tal manera que no provocara ruido. Milla me había enseñado a ser sigiloso y raudo, para cazar y acercarme a la presa sin que me oyera. No solo me había instruido a asechar me había enseñado a escapar.

Cuando llegué a la playa dejé a Víctor en el suelo. El lugar olía a leña quemada del banquete, pero estábamos demasiado lejos de los restos de la fiesta, los guijarros crujían debajo de mis pies, agarré la computadora, la miré por última vez y la arrojé con todas mis fuerzas a las aguas oscuras. La luz azul se suspendió en el aire y luego descendió como una bengala para después ser engullida por el mar quieto. Quedamos en penumbras.

La computadora no se averiaría con el agua, la rastrarían hasta el mar, sabían que estaba sumamente colocado, alguien así no podría nadar. Creerían que morí, no me buscarían.

Dan Carnegie acababa de morir.

Y un extraño acompañó a Víctor a un lugar seguro.  

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora