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 —Hydra —susurró ella como si leyera mi nombre de la palma de su mano junto con otras descripciones

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 —Hydra —susurró ella como si leyera mi nombre de la palma de su mano junto con otras descripciones.

 —Mamá —murmuré con la garganta seca.

 Demoré un segundo en reaccionar, pero luego llegué a la conclusión de qué era lo mejor.

 Corrí mentalmente hacia ella para darle un abrazo, pero en la realidad le di la espalda, agarré el carro, lo giré y tomé otro corredor.

 Si viviera en mi cabeza todo sería más fácil. Tal vez yo también era rencoroso, como los humanos.

 Ella me alcanzó sin esfuerzos porque tenía una velocidad alarmante y envidiable, a veces cuando se movía se veía como una mancha borrosa, como cuando das muchas vueltas y de repente todo el mundo se vuelve una línea en movimiento de colores y formas indistintas. Esa habilidad la había heredado mi hermano, pero yo no era tan raudo ni veloz, de otro modo la habría mandado a la mierda más rápido.

 —¿Déjame solo, quieres? —Traté de reanudar la marcha y evadirla, pero de un segundo a otro la tenía otra vez frente a mí—. ¿Por qué no haces lo que mejor hiciste en estos diez años?

 —¿Triunfar?

 —Me refería a desaparecer.

 Ella frunció el ceño como si no me comprendiera.

 Estaba vestida con un traje diplomático y gris, su cabello castaño lo tenía atado en un tirante moño que remarcaba sus severos pómulos, los cuales, le endurecían el rostro. Su piel aceitunada era tersa, sin cicatrices ni ninguna marca que demostrara haber perdido en una lucha. Sus ojos eran dos canicas negras que me escrutaban. Lo peor de todo, que mi hermano y yo nos veíamos exactamente igual a ella.

 —Yo no te abandoné —refutó molesta retrocediendo un paso como si fuera yo el que había tirado por la borda la relación—, te dije que en la Ceremonia nos retaras a nosotros y no lo hiciste —recriminó.

 —¡Iba a perder! —Abrí las manos y solté el carro preguntándome si podía usarlo como vehículo para arrollarla—. Por los dioses, el chico que había peleado antes que yo, Yunque ¿Lo recuerdas? Había perdido cuatro dedos cuando retó a la manada Cobre y perdió, por suerte se le ocurrió luchar contra Betún, ellos lo recibieron bien como hicieron conmigo.

 —Pero habrías estado con nosotros —insistió con un tono frívolo e impasible.

 —Me hubieran matado o peor hubiera perdido un miembro...

 —Habrías tenido honor.

 —¿Para qué mierda sirve el honor? —cuestioné señalándola—. Me cago en el honor, me limpio el culo con el honor.

 —¿Ese lenguaje sucio fue lo único que aprendiste en estos años?

 —Me lo enseñó Mirlo —contesté introduciendo mis manos en los bolsillos para calmarme y no darle una paliza, o mejor dicho, que ella me diera una.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now