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 El doctor había entrado y no había podido terminar mi charla con Deby

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 El doctor había entrado y no había podido terminar mi charla con Deby.

 Pero cuando ella se había marchado me había mirado como si tuviéramos un secreto entre ambos, un trato.

 El resto del día estuve escuchando charlas médicas y conferencias políticas en el hospital de plata. Me preguntaban muchas cosas como dónde estaban ubicadas las bases espaciales, me preguntaban por qué vivía tanta gente fuera del planeta y no dentro. No terminaban de comprender la idea de respetar a la naturaleza, al parecer creían que todos debían respetarlos a ellos o algo por el estilo. Se reían cuando les dije que vivir en una nave y tener una hermosa vista era mejor que vivir en la tierra y tener un mar sucio. A pesar de que traté de explicarles que a los licántropos no les importaba dónde vivían mientras estuvieran con su manada, no me entendieron.

 También me interrogaron acerca de cómo eran las cosas arriba, cómo funcionaban las instituciones políticas, educativas y médicas.

 Luego el resto del día fueron agradecimientos.

 Básicamente todos me daban las gracias con los ojos llenos de lágrimas diciendo que les había salvado la vida y que nunca lo olvidarían. Lloraban demasiado para mi gusto, los veía como unos seres húmedos y mocosos.

 Me estrecharon calurosamente la mano tantas veces que comencé a saludar con una ligera inclinación de cabeza porque ya me había cansado de repetir tantas veces «De nada» «No hay de qué» «No fue nada».

 A la tarde la doctora Verónica Martin me encontró escondido en la cafetería del hospital.

 El comedor tenía un gran ventanal en el cual se veían las dársenas del río y la ciudad en su pleno apogeo, el cause de agua se percibía oscuro, las luces que simulaban el cielo estaban naranjas representando un atardecer. Había algunos botes amarrados en el puerto y pequeñas tiendas de campaña que eran negocios ambulantes. Los destellos anaranjados de alguna manera me pusieron triste, porque en el fondo sabía que estaba muy lejos de mi hogar.

 Siempre había pensado que tomarme un respiro de los latosos de Betún me haría sentir feliz, pero ahora que lo había hecho no hacía más que extrañarlos. Estaba destrozando un vaso descartable de café, con la cabeza apoyada en el dorso de mis codos, mirando el comunicador encendido que tenía en el regazo cuando la doctora se sentó a mí lado con dos tazas de café.

 Había tratado de contactarme con mis amigos toda la tarde, pero no había obtenido respuesta de su parte, no sabía si algo andaba mal o si debía preguntar al presidente por ellos o sin saberlo los metiera en un aprieto al tratar de ayudarlos. Sabía que estaban espiando a los humanos, tal vez se habían arrepentido de vigilarlos, tal vez...

 Levanté lentamente mi cabeza a sabiendas de que mi cabello estaba mal peinado y mis ojeras eran dos manchas que contorneaban unos ojos. Dos manchas que dilataban un sentimiento amargo y coronaban una mueca de disgusto, marcada por mis labios. La doctora juntó ligeramente la barbilla con el cuello como si le asustara mi aspecto perturbado.

La ciudad de plataHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin