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 Anduvimos fuera del sector industrial

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 Anduvimos fuera del sector industrial. Cuando salimos el guardia se seguridad estaba durmiendo otra vez, roncado estrepitosamente con su mandíbula batiente y abierta. Max se rio de eso, le tomó una foto con la computadora que siempre había llevado en su bolsillo, nos la envió a todos, se la volvió a colgar de la muñeca y continuó el camino hacia una zona residencial.

Las casas con jardines se veían acogedoras, en el aire se oía un rítmico sonido a grillos y algunos pájaros nocturnos, pero provenían de los parlantes y las bocinas que había en cada farol. Todo armonizaba una tranquila noche en una ciudad de mentira, donde no podías obtener más que engaños y sentimientos extraños.

De repente las casas finalizaron y creció a grandes pasos un campo de cultivo de maíz y otras legumbres. La carretera que atravesaba la zona de siembra era ancha y la valla que contenía la plantación era recta y de gruesas maderas avejentadas. Entre los surcos de cultivos había faroles enormes que simulaban la luz del sol para las verduras, pero ahora estaban apagados.

Luego de unos minutos, cuando estuvimos bien adentrados en los campos, nos desmontamos, arrojamos las bicis en el borde de la carretera, debajo de la valla y nos zambullimos en el océano de hojas como marineros que buscan las aguas, anhelando tranquilidad. Olía a tierra, como en casa, había una fragancia de hojas verdes y frescas. Seguíamos la voz de Max que cantaba una canción en aquella lengua muerta.

Sólo atinaba a comprender una palabra hallelujah que sería aleluya.

But baby I've been here before
I've seen this room and I've walked this floor
You know, I used to live alone before I knew ya
And I've seen your flag on the marble arch
And love is not a victory march
It's a cold and it's a broken Hallelujah

Las hojas ásperas de maíz susurraban al ser barridas o apartadas por nuestra carrera, las luces de nuestras computadoras iluminaban la oscuridad de colores temblorosos y destellos danzantes. Podía oír nuestras respiraciones en la quietud de la noche como si la desafiáramos. Él detuvo la canción para decirnos que se la había enseñado su abuelo, sabía que estaba omitiendo algunas estrofas por falta de memoria porque titubeaba al terminar cada oración, pero tenía una voz melodiosa e hipnótica.

Nunca me había gustado la música, era lo que la gente feliz y vacía escuchaba para sentir algo porque no era capaz de producir sus propios sentimientos. Pero aquella canción sonaba como un canto fúnebre; me trasmitía una tristeza deliciosa que lamentaba y saboreaba al mismo tiempo como sentir la adrenalina de una pesadilla justo cuando despiertas y te notas calentito y seguro en tu cama. Le pedimos que continuara.

—No te detengas.

—Sí, por favor —Kath tropezó con una roca y recuperó el equilibrio con agilidad—. No te detengas.

Well there was a time when you let me know
What's really going on below

Nos detuvimos en el centro del maizal, él se inclinó de cuchillas y dirigió sus ojos verdes al cielo, subió y bajó sus manos en una corta distancia para indicarnos que nos agacháramos como si fuera un par de alas que batía. Lo hicimos, me paré de rodillas. Él entonó un último verso consultando a su reloj a cada palabra y observando el techo de la caverna. Ahora susurraba en lugar de cantar. Aguardando ansioso a que iniciara el espectáculo que yo había descubierto antes de irme.

La ciudad de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora