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 Pasé el resto de la noche sentado sobre un mantel que había bordado y tejido Arma, la cual se quejaba del clima

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 Pasé el resto de la noche sentado sobre un mantel que había bordado y tejido Arma, la cual se quejaba del clima. Nos habíamos ubicado a la orilla del lago, con el resto de la manada, cuidando a los niños o viendo cómo los demás se divertían. Muchos murmuraban al vernos pasar, algunos se apartaban demasiado como si yo fuera contagioso.

El matrimonio Cuarzo y Tibia, el solterón Pimienta, Maestro, el matrimonio de ancianos Circo y Pan y las primas Tiara y Argolla no dejaban de preguntarme de qué hablaba el resto o a qué se referían. Pero le comunicaba con la mirada que después se los diría, no enfrente de los niños.

Radio jugaba con las rocas y la arena, construyendo castillos y fortalezas, Rueda corría carreras con Runa que se había recuperado rápidamente del episodio. Remo llegó con toda la espalda mordida, estaba cubierto en sudor y con manchas de pintura o purpurina en su rubio cabello, regresaba de bailar. Tenía algunos billetes y relojes en las manos, supe que había practicado su arte de estafar y hurtar ahí, era la mejor época del año para hacerlo, nadie lo notaba.

Cuarzo y Tibia lo miraron reprobatoriamente cuando lo notaron llegar al mantel con las joyas, empezaron a cuestionarlo con susurros ni bien apoyó su culo.

Ceto nos saludó con una chica sensual debajo del brazo, le estaba hablando de cosas del cielo. Habíamos practicado esa charla, para que pudiera quedar inteligente con los nuevos amigos que hiciera en la ceremonia y, por qué no, expandir sus conocimientos. Yun llamaba a esas charlas «La parla maestra» Hace una semana yo había dado todos los datos que sabía de los libros que había leído y ellos habían seleccionado los menos aburridos para realizar la perla.

Desmenuzaba el ribete del mantel en mi mano cubierta de arena.

Estaba pensado en todas las formas de las cuales podía morir ahora o cómo podía matarme antes de que eso sucediera cuando Mirlo se sentó a mi lado. Giré la cabeza y pude ver que estaba cubierta de heridas que sanaban lentamente, como flores que se cerraban. Ella me sonrió, arqué una ceja inquisitivamente preguntándole por qué tan feliz. Se recostó en mi regazó y apoyó su cabeza en mis muslos, alzó un brazo y me acarició la nuca y el cabello, siempre hacía eso, como un gesto que hubiera venido incorporado en su ADN.

Era la noche en donde daba más muestras de afecto en todo el año, podía ser por el éxtasis que yo nunca había experimentado, no lo sabía.

—Fue contra Reloj —explicó—, con ella otra vez, la zorra de la manada de Oro.

—¿Cuánto duraste?

Ella negó con la cabeza.

—Nada de eso, cielito, gané.

Mirlo jadeaba, tenía la piel cubierta por una ligera capa de sudor y su abdomen subía y bajaba al ingerir bocanadas de oxígeno, podía ver una vena palpitar en su yugular. Tenía sangre bajo las uñas, la ceja partida, tierra en casi todas las partes de su cuerpo y mucha más sangre, pero casi no tenía heridas lo que me demostraba que no era suya. Un arañazo profundo se hundía en su pecho.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now