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 Rápidamente reconocí que provenía de Rueda, estaba sufriendo

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 Rápidamente reconocí que provenía de Rueda, estaba sufriendo. Rodeé, me caí de la cama y me levanté rápidamente para correr en su ayuda. La luz del amanecer era anaranjada, el sol casi había brotado por completo. Aunque Mirlo salió después y se tropezó con las sábanas, con su velocidad rauda me sobrepasó, luego me superaron Mar, Panda y la cuarentona Arma.

 Cuarzo y Tibia también salieron de su habitación, con la mirada alarmada y los cabellos alborotados. Todos bajamos las escaleras para encontrarnos con Mirlo en el desván, cargando en sus brazos a Rueda que tenía su mofletuda cara roja y cubierta de lágrimas. Él la abrazaba y escondía con miedo y vergüenza su rostro en la cabellera de ella y recostaba su cabeza en el hombro mientras gritaba y lloraba.

 Mirlo le barría las lágrimas con caricias y le preguntaba a su hermanito qué había sucedido, pero él no paraba de llorar. Arma fue por un vaso de agua y Cuarzo y Tibia rodearon al niño y trataron de tranquilizarlo, yo observé sus manos, estaban quemadas y rojas. Minúsculas ampollas comenzaban a aflorar en su piel como gotas de rocío que quemaban. Le señalé a todos sus manos, Mirlo abrió enormemente los ojos y lo separó de ella para estudiar a Rueda y sus palmas quemadas.

 —¿Rueda cómo te hiciste eso? —le preguntó soplándole en las manos y sentándose ambos en un sillón delante de una ventana—. Ru, respóndeme.

Él respiró trémulamente, su pequeño pecho se inflaba agitado y su pijama de asteroides estaba empapado de lágrimas. Por más villano que quisiera ser no podía ignorar que tenía las manos completamente heridas, incluso estaban supurando sangre. Tomó aire y respondió alterado:

—Yo... estaba buscando la carta del admirador de Mar, ella dijo que era tonto y no lo entendería y que no podía... —sollozó—. Que no podía leerlo.

—Lo siento, Rue, no quise decirlo en serio —se disculpó Mar al borde de las lágrimas.

Mirlo le dedicó una mirada asesina y pasmada a su hermana.

—¿Lo quemaste?

—¡NO! —gritó alarmada, abrazándose a ella misma y retrocediendo ante el miedo que le infundía Mirlo.

—De seguro hay un malentendido —comenzó a plantar orden Cuarzo.

Arma llegó con el vaso de agua y lo se lo vertió a Rueda en las manos, él se quedó sentado en el regazo de Mirlo, relajándose cuando el líquido fluía entre sus dedos y le acaricia las quemaduras. Pato y Runa fueron por trapos y los colocaron por encima del charco.

—Fue esa cosa —habló frágilmente Rueda, señaló algo tirado en el suelo y se escondió nuevamente en Mirlo.

Miré en la dirección que había apuntado el niño, había un objeto rectangular, como un espejo que brillaba. Un relámpago de luz solar se derrumbaba encima del sobre plateado y este me iluminaba el rostro como un foco. Lo agarré en mis manos, me acerqué lentamente hacia ellos y todos retrocedieron, Pato y Panda se taparon la nariz.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now