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 Cuando llegamos a casa estaba anocheciendo nuevamente, los grillos entonaban su rítmico sonido, los pájaros tronaban sus últimas melódicas despidiéndose de su amigo el sol

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 Cuando llegamos a casa estaba anocheciendo nuevamente, los grillos entonaban su rítmico sonido, los pájaros tronaban sus últimas melódicas despidiéndose de su amigo el sol. Las calles del pueblo estaban repletas de gente bebiendo, la acera se encontraba sembrada con papeletas de colores brillantes. El bosque me recibió con su aroma a tierra fresca y pino, como si para él no hubiera cambiado en absoluto.

En la entrada Tiara y Argolla estaban tocando instrumentos que había fábricado, para ellas, en el taller. Eran especialmente para ser tocados en la ceremonia porque la guitarra era demasiado angosta y su final puntiagudo era una lanza. Los niños la rodeaban y la escuchaban con atención. La luz amarillenta de la casa alumbraba las hojas secas que revestían el suelo como si estuvieran sobre una superficie de fuego.

Al venos llegar la música se detuvo, se pararon de un brinco y todos rodearon la camioneta como una corriente de agua bordea la roca de un río.

—¡Hydra, Yun, Cet, Mirlo! —gritaba Rueda dando saltos—. ¡Tenemos un nuevo integrante este año!

Hacía dos años que nadie llegaba a Betún, me bajé de la camioneta imitando al resto y todos nos rodearon y bombardearon de información. Rueda, Runa, Pato, Panta y Mar comenzaron a decirnos todo lo que había transcurrido en la Ceremonia.

El niño nuevo se llamaba Papel y estaba en el hospital porque había perdido una pierna luchando, al parecer no habíamos sido su primera opción, provenía de la manada Roble, una de las mejores tres del país, y sólo había accedido a retarnos cuando ya no se podía mantener en pie. Nuca y Cartílago lo habían llevado al hospital junto con Milla y Rudy. El resto de la manda se encontraba festejando y ellos se habían quedado en la casa para esperarnos.

Les dije que todo había salido bien en el hospital porque no quería arruinar su día festivo, ellos me creyeron la mentira y se fueron corriendo al río para continuar con la celebración. Sin embargo, las primas Tiara y Argolla observaron el semblante alicaído que teníamos, asintieron como diciendo «Ya nos los dirás después» y guiaron con sus lanzas y cayados a los niños.

Estaban vestidos con pieles de animales; la cara, los brazos y las piernas estaban pintadas con líneas o runas. Lucían ropa ajada y vieja, en ese día generalmente se ostentaban los atuendos típicos que se usaban cuando había resurgido la nueva sociedad: se solía usar arrapos.

Después de que la gente mutara a licántropos y matara a los humanos, el mundo había quedado sin vida inteligente por unos años hasta que aprendieron a controlar sus impulsos animales. No fueron muchos años de oscuridad, tal vez cincuenta u ochenta, hasta que supieron manejar la rabia de la transformación y elegir cuándo verse como humanos y cuándo como lobos. Pero para entonces la gente solía usar pantalones raídos, el torso descubierto, cuentas u otra cosa, prácticamente vestía como los antiguos indígenas humanos, pero un poco más avanzados en el tiempo. Cargaban lanzas, ballestas, bastones o híbridos entre escopetas y espadas.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now