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 El pasillo desembocaba sobre los rascacielos de una ciudad blanca y metálica que despedía tanta luz que me vi obligado a desviar la mirada, pero no por mucho tiempo

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 El pasillo desembocaba sobre los rascacielos de una ciudad blanca y metálica que despedía tanta luz que me vi obligado a desviar la mirada, pero no por mucho tiempo. La urbe estaba ubicada en un foso enrome, como si hubieran excavado un pozo y construido allí los edificios.

 Las estructuras eran todas de plata, desde edificios de cincuenta pisos, a picos de iglesias, casas, suburbios, calles, veredas y senderos. A lo lejos se veían campos de cultivo y algunos invernaderos o establos. El techo de la enorme caverna que habían cavado estaba atiborrado de luces que simulaban un cielo despejado en un día de inverno. Era una pantalla holográfica creada por muchos monitores y focos. La ciudad era atravesada por un río de aguas claras que serpenteaba entre los edificios y las zonas urbanas, el torrente desembocaba en un lago enorme que se veía como brea al reflejar el techo cavernoso, era tan extenso y no encontraba un final que me hizo dudar que fuera un lago.

—¿Ese es el mar? —preguntó Yunque.

La chica asintió y me arrebató la alabarda que le había hurtado hace tiempo.

—¿Nunca nadie se metió por allí? Digo, en tanto tiempo ¿no se metió un licántropo?

—Derrumbaron ese acceso, antes esta enorme cueva tenía salida al mar, pero detonaron la entrada y las rocas llegan hasta el suelo marino, ni siquiera con submarinos podrían entrar o salir. Ahora quedó este pedazo de mar para nosotros —explicó la chica de mala gana—. Los llevaré ahí, es el único lugar donde no se quemarán.

—Genial ya quería quitarme esto —se quejó Yun dando unos golpecitos a la máscara.

La humana lo observó violentamente.

—¡NO! —gritó, al parecer la orden que le había dado su padre de ser guía turístico la había molestado tanto que había olvidado que les tenía miedo—. No te la saques jamás aquí abajo. You understand?

—¿Qué? —inquirió Mirlo—. ¿Jamás? ¿No hasta que volvamos a salir?

—No, jamás, ni siquiera un segundo.

—Pero molesta —protestó Yun.

Is peligroso. Jamás o matarás gente, sé de lo que hablo.

Ambos asintieron un poco preocupados con la idea de matar humanos.

Ceto continuaba observando con admiración la ciudad, palpó su cuerpo buscando la cámara. Estábamos tan alto que no se podía ver la gente de la calle, sólo los bloques que conformaban las manzanas. Todas las enromes construcciones descollaban debajo de nuestros pies. Por suerte, ya no había luz blanca y todos volvían a ser como antes.

Miré el abismo que se ubicaba bajo del corredor que terminaba abruptamente: una austera y estrecha escalera descendía por el despeñadero de roca rociada en tiempos pasados con metal. Había como treinta minutos de un empinado descenso entre rocas.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now