3

713 97 58
                                    

 Mi primera actividad favorita era dormir, porque era igual que estar muerto y para alguien que se siente muerto por dentro eso es sensacional

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

 Mi primera actividad favorita era dormir, porque era igual que estar muerto y para alguien que se siente muerto por dentro eso es sensacional. Es como probar gratis en un supermercado algo que no puedes comprar.

Mi segunda actividad favorita era cerrar los ojos y fingir que todo el mundo se moría, que venía un meteorito de fuego y los aplastaba a todos, sería un sueño hecho realidad.

Pero el único meteorito que había en mi vida era la realidad y siempre le gustaba aplastarme solo a mí.

Aunque siendo sincero lo que de verdad me gustaba hacer era leer historia, sobre todo humana, porque nuestro mundo, aunque se viera parecido al de nuestros ancestros, no tenía nada igual. Era como comparar un trozo de carbón con una joya, ambos vienen de la tierra, pero son tan diferentes que dan ganas de llorar; a veces no sé cuál de los dos mundos sería el carbón o la joya.

Me desperté al atardecer con Runa roncando en mi regazo y el abuelo Tuerca zurrándome la frente con la mano como si quisiera hacer funcionar un reloj viejo, sosteniendo su bastón que meneaba y oprimiendo con disgusto su mentón arrugado.

—¿Dónde se habían metido, pequeños delincuentes? Casi llamamos a la Patrulla de Vigilancia.

Me desperecé y le di un golpe a Runa en el hombro.

—Genial, así podrían buscarnos el año que viene.

La Patrulla de Vigilancia solía ser veloz si se trataba de responder a la llamada de una manada de prestigio o meramente respetable, con nosotros generalmente se tardaban horas. Además, vivíamos lejos de la ciudad.

—Antes se llamaba policía y eran más necesarios porque el humano era violento sin razón y no se sometía a sus superiores —aportó Runa, desperezándose en el suelo como un gato—. ¿Ves cómo sé abuelo? Estudié historia con...

—¡Cállate, tú! ¡Me creo más que las vacas hablan a que tú agarras un libro y te pones a leer!

Me levanté, sacudí el polvo de mis pantalones y observé por la ventana. Ya estaba anocheciendo, reprimí un insulto y me precipité para bajar las escaleras, pero Tuerca interpuso su bastón en mi camino, a la altura de mi pecho.

—¿Te escondiste porque tu hermano y Yunque tienen la carta de los doctores?

—No —dije apartando su bastón, pero él volvió a colocarlo donde estaba.

Tuerca era un anciano esmirriado, el padre de Milla, su piel estaba tan arrugada como una madera expuesta al sol e igual de pálida, sus ojos casi blancos engañaban a cualquiera que lo quisiera subestimar porque solía tener la vista de un águila rapaz. Su cabello plateado estaba peinado hacia atrás y se podía notar los surcos del peine.

Siempre vestía como si fuera a asistir a una cita romántica pero la única cita que tenía en el calendario era con la parca. Lucía pantalones de vestir, levita, camisa blanca y zapatos tan lustrados que harían ver inútil a un espejo.

La ciudad de plataWhere stories live. Discover now