05.

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Canarias, Gran Canaria.

 

Al fin había llegado el día. Después de siete meses de trabajo duro preparando coreografías, decorados y escenografías, al fin había llegado el momento de la verdad. Estaba nerviosa, obviamente, no todos los días se hacían cosas así, pero no eran unos nervios traicioneros, más bien parecían unos nervios sanos.

Me incorporé sobre mis codos en la cama y suspiré profundamente. Debía levantarme, pero estaba demasiado cansada. Eso de dormir a ratos por las noches no me venía nada bien, y menos un día como hoy. Pero no me que daba otra que afrontar la situación.

Saqué los pies de la cama dispuesta a bajar a la planta baja cuando me pareció notar movimiento en casa. Según tenía entendido, papá estaba trabajando desde muy temprano como cada día. Agarré mi bata de tela fina y me la fui colocando sobre los hombros a medida que bajaba las escaleras aún algo adormilada. Necesitaba urgentemente una taza de café.

- ¡Karen! – exclamé sorprendida al entrar a la cocina y verla allí preparando el desayuno – pensé que hoy no vendrías. Mi padre te dijo que aceptaba que trabajaras aquí con la condición de que libraras los fines de semana, y hoy es sábado.

- Lo sé – me sonrió. Dejó sobre la encimera un vaso medio lleno con lo que parecía zumo de naranja y se acercó a mí – pero hoy es un día especial para ti, y quería estar contigo.

- Oh, no sabes cuanto te lo agradezco – alargué los brazos y la atraje hasta mi para achucharla – tenía pensado ir al colegio ahora, ya sabes, para ensayar un rato más...

- No, no, de eso nada – se negó. Caminó hasta colocarse de nuevo frente a la encimera y continúo preparando lo que supuestamente me tendría que comer – tus ojeras te delatan. Sé que estuviste anoche hasta muy tarde en el colegio, así que ya se acabaron los ensayos. Hoy te vas a relajar y me vas a dejar que te cuide, ¿de acuerdo?

- Pero es que...

- Pero es que nada, ¿de acuerdo? – insistió de nuevo – esta tarde tienes que estar descansada y tranquila.

- Está bien – me rendí.

Me senté en una de las sillas que rodeaban la mesa de la cocina y me quedé observándola por un buen rato. Era hipnotizante mirarla mientras cortaba las rebanadas de pan o de fruta, o mientras vertía el contenido justo de café sobre mi taza favorita... ponía mucho esmero en hacerlo de la forma más perfecta posible para que estuviera a mí gusto.

Y para colmo, hoy había otra cosa que llamaba aún más la atención, y es que se la veía diferente, con un brillo inusual en sus ojos y más contenta que otros días, si es que eso podía ser posible. Algo bueno rondaba por su mente, eso seguro.

Había descubierto hacía dos meses, justo el tiempo que ella llevaba ayudándonos a mi padre y a mi en las tareas de la casa, que  mujeres como ella ya quedaban muy pocas en el mundo. Era de esas personas que con sólo verlas te inspiran confianza y ternura, de esas personas que por muy mal que lo estén pasando en la vida siempre te dan una de sus mejores sonrisas, de esas personas que sabes que siempre estarán ahí pase lo que pase. Era la mejor mujer que había conocido nunca.

- ____... – me llamó sacándome de mis pensamientos - ¿con o sin azúcar el café?

- Sin azúcar, por favor – pedí – y déjame que te ayude, no me gusta que hagas esto, sabes que puedo hacerlo yo perfectamente.

Me levanté con rapidez y corrí hasta su lado para ayudarla a desplazar todos los platos y vasos hasta la mesa y organizarlos para que pudiéramos desayunar las dos.

Junto a tiWhere stories live. Discover now