34.

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Semiinconsciente aún, golpeé la almohada un par de veces para abultarla y enterré la cara en ella pretendiendo volver a quedarme dormida, pero no había forma. Desde que había abierto un ojo cinco minutos atrás y había comprobado que Liam no estaba en la cama, una inquietud desbordante me había invadido impidiéndome dejar la mente en blanco. ¿Dónde estaría metido aquel hombre?

Me senté medio atontada en la cama y miré a través de la ventana de en frente, cegándome momentáneamente con los rayos de sol mañaneros. Las cortinas estaban igual que las había dejado la noche anterior, medio abiertas, pues había estado en el marco de la ventana casi media hora hablando con mi padre por teléfono para tratar de ignorar la ausencia de Liam. Sin embargo, no todo estaba en el mismo sitio. Había ropa tirada por el suelo que juraría que ayer no estaba. Una camiseta de él, más concretamente, y justo la que había llevado puesta durante todo el día.

Aliviada me di cuenta de que había pasado por la habitación sí o sí. Por lo menos sabía que estaba sano y salvo.

Justo en ese momento la puerta de la habitación se abrió, revelando a un sudoroso Liam con sus auriculares puestos y una toalla colgándole alrededor del cuello. Me sonrió de oreja a oreja y rápidamente se movió hasta que estuvo en la cama a mi lado.

-Buenos días, amorcito -estiró sus labios hacia mí esperando la misma respuesta, pero no se la di.

Simplemente, y porque no podía resistir las ganas, besé su frente castamente.

Después me levanté deshaciendo el amasijo de sábanas de mis piernas y le di la espalda mientras abría el armario.

-¿Qué ocurre? -preguntó acercándose.

Me giré bruscamente cruzando los brazos en mi pecho.

-Que me has tenido preocupada toda la noche. Eso ocurre -hablé calmada, aunque gimoteé sin realmente quererlo y acabé preocupándolo-. ¿Dónde has estado? ¿H-has dormido aquí?

-Pero... ¡claro que sí! -su actitud cambió por completo. Ya no parecía tan contento como cuando había entrado por la puerta- Hemos hablado esta mañana... ¿no te acuerdas? -murmuró. Me alcanzó y con algo de temor porque lo fuera a rechazar me tomó por los brazos- _____, ayer estuve con Eddie toda la noche. Vinimos tarde, pero vinimos. Por supuesto que he pasado la noche aquí contigo. Esta mañana me desperté temprano para irme a correr un rato y tu abriste los ojos pidiéndome explicaciones -una sonrisa fugaz le adornó el rostro, pero la quitó rápido al mirarme a los ojos de nuevo-. Te expliqué todo, y te calmé porque estabas muy nerviosa. Luego volviste a dormirte. ¿De verdad que no te acuerdas?

Negué confundida y asustada. ¿Acaso tenía pérdidas de memoria? ¿Desde cuando?

-¿Me estoy volviendo loca?

-Pero qué ocurrente eres... -rió. Me abrazó borrando su ceño fruncido y volvió a sonreír- Tan sólo estarías muy cansada como para enterarte de lo que te dije, ya está. No le des más vueltas, es una tontería.

Pasé mis brazos por su cintura y apoyé la barbilla en su pecho, sudado y mojado. Él quiso apartarme en cuanto reparó en ello, pero se lo impedí. Esa virilidad que solo mostraba después de haber estado entrenándose me volvía loca.

-¿Y qué hicisteis ayer? ¿Fuisteis a tomaros algo?

Liam negó agrandando su sonrisa de forma más pilla.

-Conduje un Ferrari -dijo emocionado, sorprendiéndose hasta a él mismo.

-¿Qué?

-¡Que conduje un Ferrari! -exclamó casi dando saltos- Eddie me llevó hasta una nave a las afueras donde tienen todos los coches de la familia y... madre mía. Flipé, ayer sí que flipé.

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