33.

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Nada más abrir los ojos enfoqué la ventana del techo y suspiré. El sol ya prácticamente se había escondido, pues no había ni una sola nube anaranjada o rosácea víctima de los deslumbrantes rayos solares. Algunas estrellas de hecho comenzaban a aparecer, adornando el cielo recién oscurecido.

Me revolví perezosa entre las sábanas y volví a cerrar los ojos. Sería capaz de evadirme una vez más del mundo y descansar mi mente hasta el día siguiente si fuera posible, pero no lo era, debía espabilarme y presentarme delante de aquella enorme familia, y a ser posible, con mi mejor cara.

Fugazmente la idea de inventarme algún cuento como que me dolía la cabeza o el estómago me pasó por la cabeza, pero de inmediato la deseché. Con sólo recordar el ímpetu y el entusiasmo con el que me habían recibido todos, incluso la cocinera, me comenzaba a sentir muy culpable. Además, no me disgustaba la idea de compartir más palabras con ellos para conocerlos más. Mis primeras impresiones fueron muy buenas generalmente y ahora sentía hasta curiosidad.

Incorporándome sobre mis codos silenciosamente, observé a Liam de espaldas colocando cuidadosamente una percha con ropa en el armario. Se volvió hacia las maletas que ahora estaban sobre un banquito delante de la cama y volvió a repetir el proceso. Pero entonces me di cuenta de que no era su ropa la que estaba colocando, sino la mía.

-Espero que no te moleste -habló distraído refiriéndose exactamente a lo que estaba pensando-, pensé que quizá te daría algo de pereza, así que no me importa hacerlo yo...

Me fue inevitable no sonreír como una idiota enamorada al escucharlo. Él quizá no le daba mucha importancia, pero significaba tanto para mí que tuviera en cuenta esos pequeños detalles... Habíamos tenido un largo viaje, y se suponía que debíamos de estar los dos descansando, pero no, él no, él tenía que hacer todo al revés del mundo solamente para contentarme a mí.

Tuve la tentación por un segundo de abrir la boca para echarle una pequeña regañina por eso, pero de inmediato las ganas se me pasaron cuando lo vi trasteando con un vestido de tirantes cruzados y varias capas de tela pretendiendo colgarlo al derecho en la percha. Ahora sólo quería saltar sobre él y comérmelo a besos.

-¿Esto cómo va? Es un lío... -arrugó la nariz peleando con los finos tirantes- ¿Por qué inventaran ropa tan compleja?

Me arrastré muerta de risa fuera de la cama y acudí en su ayuda.

-Déjame anda -lo aparté y bajo su atenta mirada coloqué el vestido adecuadamente en menos tres segundos- Listo.

Él me miró perplejo, y luego al vestido, el cual colgué en mi lado del armario.

-Es bonito en realidad -dijo observándolo fijamente-, ¿por qué no te lo pones esta noche? Será divertido ver como consigues domarlo.

Rodé los ojos y le di un empujón, riendo inconscientemente.

-Tonto.

Me volví hacia el armario cayendo en la cuenta de que, efectivamente, algo tendría que ponerme. Íbamos a bajar a estar un rato con los demás, y aunque era de noche, no me parecía que la ocasión exigiera ir de etiqueta sí o sí. Con unos pantalones cortos y una camiseta seguramente bastaría.

Sus manos posándose en mi cintura me distrajeron.

-Lo digo en serio. Me gustaría vértelo puesto.

Sonreí al sentir su susurro sobre mi piel, en el cuello, dándome escalofríos.

-Otro día -le sugerí-. Ahora algo más cómodo. No me apetece arreglarme sólo para bajar a cenar.

Él asintió conforme y se alejó de mí, dejándome tranquila para que volviera a estrujarme la cabeza.

Cuando ya tuve la ropa elegida en mis manos, me rasqué la nuca indecisa. No sabía si cambiarme ahí delante de él o si entrar al baño. Liam me conocía, incluso conocía muchas partes de mi cuerpo que yo no, pero no estaba cómoda con eso. Ésta era la primera vez que compartíamos una habitación realmente y se sentía muy extraño. No sabía como actuar.

Junto a tiWhere stories live. Discover now