30.

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Las chicas y yo quedamos en manteneros en contacto durante la tarde para acordar la hora y el lugar en el que nos encontraríamos por la noche. Probablemente ellas esperaban salir de fiesta a bailar y a beber, como siempre hacían, pero muchas ganas no es que tuviera. Tenía pensado proponer hacer algo distinto ese día, algo más tranquilo como por ejemplo ir a cenar a algún restaurante que todos nos pudiéramos permitir. Así podría conocer mejor a Harry, y quizá Katy también pudiera venir, que me aseguró cuando la recogí del colegio que le hacía muchísima ilusión.

-¿Podemos preparar algo de comer en tu casa? Digo, lo prefiero a seguir en la calle -me dijo mientras levantaba su mano y, a modo de visera, trataba de tapar el sol que le daba directo en la cara.

-Hace mucho calor, ¿verdad? -ella asintió frenéticamente.

Sonreí al ver como luchaba contra los mechones de su pelo, llevándolos de un lado a otro intentando domarlos. Harta, cogió un elástico de su mochila y se hizo un coleta, no muy perfecta ya que estábamos caminando, pero desde luego que le sirvió para sentir el cuello más despejado.

-Entonces comeremos en casa -miré el reloj de mi muñeca y aceleré mis pasos-. Vamos Katy, en dos minutos sale el autobús.

Ella se aferró a mi mano y me siguió el ritmo dando brincos hasta que llegamos a la parada. En muy poco tiempo ya estuvimos de camino. En la calle principal de uno de los centros de la ciudad, justo donde yo vivía, habían exactamente tres paradas que nos dejaban a la misma distancia casi de mi casa, tan sólo había que caminar unos cuantos metros. Nos bajamos en una de ellas y pasamos por un supermercado a comprar unas cuantas cosas. Luego finalmente llegamos a casa y nos pusimos manos a la obra.

-¿Qué hago? ¿En qué te ayudo? -pidió impaciente.

Le puse un delantal pequeñito que encontré entre mis cosas de cuando yo era pequeña y la subí a una silla para que llegara a la encimera. Saqué una bandeja de gambas frescas y la puse frente a ella.

-¿Las pelo?

-¿Sabes? -le cuestioné impresionada al ver su disposición.

-Claro -rió alzando los hombros-. Mamá lleva cocinando conmigo delante desde que era a penas un bebé. Se hace así, así y así... y listo -descabezó una gamba, le quitó las patitas, el caparazón y luego me la mostró, todo con una habilidad que me dejó sin habla.

-Pues hala, ya tienes trabajo -le encomendé dándole un par de palmaditas en la espalda.

Mientras, yo puse cuatro puñados de espaguetis a cocer con sal y luego comencé a trocear una cebolla y un par de dientes de ajo sobre una tabla de madera, los cuales añadí a una sartén más tarde. Katy me miraba de reojo de vez en cuando, pero al advertir que me estaba dando cuenta, volvía a lo suyo. Por el buen manejo del cuchillo que tenía me pude permitir mirarla yo también de soslayo para tratar de adivinar que se le pasaba por la mente. Se mordía el labio continuamente y eso en una chica siempre significaba lo mismo, nervios o incertidumbre. Creía saber perfectamente cual era el motivo de esa inquietud tan evidente.

-¿Nerviosa?

Decidió ésta vez alzar la vista y mirarme a los ojos. Adoptó una sonrisilla remolona e intentó convencerme negando con la cabeza, pero por su expresión era obvio que mentía y que lo que pretendía era jugar conmigo.

-¿Ah, no?

Cabizbaja mantuvo su sonrisa. Terminó con la última gamba, se estiró para llegar al grifo y lavarse las manos, y se las secó con un paño que le facilité.

-No -comentó indiferente.

Se bajó de un salto de la silla, la arrastro hasta su sitio y se sentó en ella, apoyando los codos sobre la mesa y descansando la barbilla sobre sus manos.

Junto a tiWhere stories live. Discover now