29.

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Terminé de calzarme aquellos zapatos tan bastos del uniforme sin evitar echarles una mirada algo apenada. Eran feos con gana, pero les había terminado cogiendo un cariño especial. Casi ni me creía que esa fuera a ser la última vez que me los pusiera. Echaría mucho de menos mi colegio, con sus normas tan estrictas y con su uniforme impoluto obligatorio, pero ya iba siendo hora de comenzar una nueva etapa en mi vida y la verdad es que tenía muchísimas ganas.

Mientras me peinaba distraída en mi cuarto de baño, agudicé el oído extrañada al no sentir ninguna presencia más que la mía en casa. Se suponía que Liam ya debía de estar despierto, o duchándose o preparando nuestro desayuno, puesto que hoy era el día libre de Karen. Me trencé el pelo con rapidez dejándolo un poco despeinado y con unos mechones fuera y bajé las escaleras. Recorrí la planta baja entera, pero Liam no estaba allí. Siendo algo positiva por primera vez, decidí no ponerme en lo peor y pensar que había salido como muchas mañanas a correr para despejarse. Aunque más le valía volver pronto porque sino llegaría tarde a mi último día de clases.

Me acerqué hasta el sillón donde él dormía desde hacía unas cuantas noches y me arrellané contra los cojines. Sin pretenderlo distinguí en el aire su perfume. Volví la cara y la enterré entre el terciopelo del tejido del sillón. Eran mis sabanas las que tenían que estar desprendiendo esa exquisita fragancia dulzona aunque con un toque de lo más masculino, y no aquel asiento alargado que se había convertido en su lugar de descanso y reflexión por las noches. Lo echaba enormemente de menos en mi cama, pero respetaba su decisión de tomar algo de distancia para aclararse.

Tan atontada me había quedado que ni cuenta me di de que él ya había regresado. Se encontraba de pie entre el pasillo de la entrada y el salón, observándome curioso. Estaba especialmente guapo esa mañana, a pesar de estar sudado y vistiendo ropa deportiva. El pelo le había crecido bastante en los últimos días, sobretodo por la parte superior, por lo que unos cuantos mechones rebeldes asomaban por su frente casi tapándole los ojos. De una forma que me dejó sin aliento, se echó hacia atrás el pelo con su mano al tiempo que se remojaba los labios con la lengua. ¿Acaso no se daba cuenta de cuan desesperante era para mí que hiciera eso después de haber estado tanto tiempo sin un mero acercamiento? Cierto que era virgen y a veces un tanto mojigata, pero desde que me descubrió el embriagante placer que sus besos me causaban yo ya no era inmune a nada proveniente de él. Quería devorarlo entero, de arriba abajo, sin miramientos, pero tenía una compostura que mantener.

Redujo el volumen de la música de su móvil y se quitó los auriculares para hablarme.

—Buenos días —dijo, y me sonrió, después de días sin hacerlo.

Una pequeña ventanita de esperanza se abrió en mi corazón. Probablemente aquel cambio de humor se debiera a que ya había tomado una decisión. Sin embargo no quería precipitarme, hasta que él no se pronunciara yo tampoco lo haría.

—Buenos días —respondí dejando entrever mi entusiasmo, pero de inmediato me reprendí y adopté una expresión algo más seria. Me levanté de un salto del sillón y me dirigí a la cocina, pasando por su lado evitando rozarle e incluso mirarle. Podía perder la cabeza si lo hacía.

—¿Qué te apetece desayunar?

Lo sentí siguiéndome hasta la cocina.

—Cualquier cosa que prepares estará bien. Yo iré a darme una ducha y a vestirme.

—De acuerdo —respondí ya ocupada preparando una cafetera.

Cuando menos lo esperaba, pues pensaba que ya se habría marchado de allí, noté sus manos cerrándose alrededor de mi cintura. Se acercó cuanto pudo a mí con su nariz rozándome la nuca y su respiración sobre mi piel erizada. El corazón me brincó en el pecho, no sólo del susto, también de la emoción de que se hubiera atrevido a hacer aquello.

Junto a tiWhere stories live. Discover now