En cambio, lo saludé con la mano.

Cuando ya no hubo nada más que tirarle, Renzo se ofreció a llevarnos a la radio. Casiano le dio las llaves de su motocicleta a Guido antes de subir al baúl abierto. No pude evitar espiar a Casiano desde la ventana trasera durante todo el viaje.

Él estaba completamente cubierto de aquella melaza que se estaba formando entre la harina, los huevos y las hojas. Sus ojos se encontraron con los míos cuando intentaba inútilmente quitarse la mugre de su enmarañado cabello. Le sonreí y, para mi sorpresa, él me correspondió con una sutil media sonrisa.

Al llegar a la estación, Guido dio una pequeña mala noticia: Percy estaba bañándose en ese momento, lo que sabíamos que podría tardar siglos. De todos modos, Casiano decidió esperar pacientemente. No podía atravesar toda la ciudad hasta su departamento en su estado.

—Tomá —le dije cuando lo encontré en el pequeño patio que había detrás de la estación de radio, de donde se podía subir al departamento de nuestros amigos.

Casiano había intentado quitarse la mayor cantidad de mugre con una manguera que había en el patio y ahora, aunque estaba un poco menos sucio, estaba completamente empapado, descalzo y sin camisa.

—¿Esto qué es? —dijo mirando la pajita que flotaba la taza de café.

—Supuse que no querrías ensuciar la taza —respondí con un encogimiento de hombros—. ¿No tenés frío?

—No, soy buen tolerando el frío —dijo aceptando reacio la taza de café caliente.

—De igual manera no queremos que nuestro locutor y músico se resfríe, ¿no? —comenté tomando una de las toallas que estaban en el suelo, él ni siquiera había intentado secarse—. ¿Puedo?

Casiano hizo un gesto despreocupado y entonces comencé a secar su cabello. Aun había mugre en él y con el agua se había convertido en un mazacote irremediable. Algo insegura, comencé a presionar toalla sobre su cabeza, tratando de absorber la humedad sin hacer más contacto del necesario. Luego fui por el largo de su cabello que le llegaba hasta sus hombros.

Entonces recordé lo que me había dicho Marlene aquella vez, sobre las cicatrices que allí había. Miré con atención las líneas angulosas de su espalda, tan blanca como el mármol en contraste con sus tatuajes. Estos parecían ser figuras tribales azarosos, pero viendo más detenidamente podías notar que en realidad estaban tapando algo, cicatrices más antiguas que ellos. Y escondida entre los tribales, había una cruz simple formada por una línea más fina que los demás trazos. Antes de que siquiera fuera consciente de ello, mi mano estaba recorriendo aquella cruz, bajando por su columna vertebral.

—Me las hizo mi padre —dijo repentinamente, sacándome de mi ensimismamiento—. Las cicatrices. Me las hacía con un cinto cando era chico.

—Lo siento —susurré y envolví su espalda con la toalla.

—No tenés por qué hacerlo —dijo tomando mi mano que estaba sobre su hombro.

Mientras se levantaba y se ponía una remera mangas largas negra, la única prenda limpia que le había quedado, me pregunté a qué se había referido.

—¿Sabés por qué nunca tuve pareja? —preguntó, volviéndose a mí.

—¿Porque tu mal humor espanta a las personas? ¿o porque "no soy alguien con quien querrías relacionarte"? —contesté, citando lo que él había dicho una vez.

Casiano hizo una mueca de arrepentimiento al acordarse de aquella situación, sin embargo, respondió:

—Es porque tenía miedo. Temía convertirme en alguien como mi padre y lastimar a la persona que amaba.

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