Desde luego, yo me sentía poderosa. Me moví con lentitud sobre él, sintiendo cómo su aliento empezaba a ser cada vez más irregular. Nuestros sexos estaban rozándose, aunque no nos hubiéramos desprendido aún de la ropa, y eso sólo podía significar delirio. Una pérdida absoluta del control sobre lo que hacía. Así era cómo estaba besándome: de una manera delirante y haciéndome perder la cabeza.

Su boca se trasladó a mi cuello y lo mordisqueó sin ningún tipo de delicadeza algo que, sorprendentemente, agradecí. Lo quería todo de él y lo quería ya. Me desprendí de mi jersey cuando introdujo las manos por debajo de éste; no necesité que me pidiera hacerlo, ni siquiera una insinuación por su parte. Me miró asombrado y ambos sonreímos. Dirigió sus labios a mis pechos de manera automática, apartando el sujetador con algo de dificultad. Finalmente, se desprendió de él. Clavó su mirada en mis senos y se mordió los labios.

– Joder, Alice...

Me tumbó en el sofá con un rápido movimiento que no adiviné. Se colocó sobre mí, me hizo flexionar una pierna y aferró mis muslos con ardor. Sus ojos también ardían. Y sus labios. Y pude comprobar cómo nuestros cuerpos también lo hacían cuando nos quedamos sin ropa, en un abrir y cerrar de ojos. Volvió a dejar caer su peso sobre mí una vez que esto sucedió e hizo descender sus dedos hasta mi sexo. Pellizcó mi clítoris y di un bote en el sofá provocado por la molestia y el placer que me había producido su gesto. Fue molesto, sí, pero muy agradable al mismo tiempo. Trazó círculos alrededor de todo mi sexo y me esforcé por acceder a su miembro y aprisionarlo entre mis manos, moviendo éstas arriba y abajo en torno suyo. Dejó escapar un gruñido cuando mi velocidad aumentó y sostuvo mis muñecas.

– Más despacio o terminaré ahora mismo.

Reí. Él sabía cómo hacerme disfrutar, de acuerdo, pero yo también estaba aprendiendo cómo hacer que enloqueciera. Ignoré sus palabras y mantuve el ritmo inicial; arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Dejó caer la cabeza sobre mi hombro y gimió de nuevo.

– Para, Alice... ¡Para! –Se movió inquieto y volví a reír. Finalicé la presión en torno a su erección y se incorporó–. Tú lo has querido... –Dijo, sin apenas aliento–. Se acabó la fase de grupos, pasamos directamente a la final.

Estallé en carcajadas y observé, tumbada todavía, cómo se sentaba y se agachaba para coger sus pantalones. Extrajo de ellos un preservativo y me levanté veloz, entendiendo que realmente íbamos a pasar a la final de las finales. Se lo arrebaté de las manos y me miró extrañado.

– Deja que te lo ponga yo.

Negó con la cabeza.

– No me toques más o no podré darte lo que quieres.

Adosé la mano en su pecho con firmeza y lo hice echarse hacia atrás hasta que quedó recostado.

– ¿No te gusta que te toque?

Me acerqué a él y dejé un tosco beso en sus labios mientras rozaba con mi mano derecha su imponente miembro. Gruñó de nuevo.

– Dios, Alice, me encanta que me toques.

Abrí el preservativo con los dientes ante su atenta mirada y lo saqué de su envoltorio. Repasé el perfil de su sexo con mi dedo índice y ancló una mano en mi espalda, prácticamente arañándome.

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