Capítulo 30 [FINAL]

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{Maite's point of view}

Recuerdo oír entre las sombras una voz diciendome "− Mi niña, pronto despertarás, saldremos adelante, no me vuelvas a hacer esto, vamos, gatita, despierta". Recuerdo querer llorar, querer abrazar a quien me hablaba, recuerdo querer abrir los ojos y sentirlos pesados, sentía su mano sobre la mía, intenté apretarla. Lo logré. Bien, si puedo presionar su mano, puedo abrir los ojos.
No recuerdo cuanto tiempo estuve intentándolo, pero recuerdo su rostro al abrirlos. Angustia, dolor, felicidad y alivio. Todos en el mismo bello rostro con esos bellos ojos azules.

Hablamos, me regañó hasta puntos inexplicables, me hizo prometer que no volvería a pasar. Le expliqué que no quería que volviera a pasar.

 − Lo siento, Any, lo siento tanto, no sé en qué estaba pensando, yo no me  quiero ir, quiero estar contigo, quiero recuperarme y salir de la clínica, quiero vivir de nuevo. Ayúdame, por favor −supliqué en medio del llanto desmedido.
− Ayúdame tu a mí, entonces, ayúdame a ayudarte, hagamos las cosas bien esta vez, Dulce nos quiere ver bien, cumplamos sus deseos, cumplamos su última voluntad.

No hizo falta más palabras. Ambas sabíamos que ese era el inicio de la recuperación definitiva. Si, necesité acariciar la muerte (la mía y la de un ser querido) para darme cuenta que realmente no quería morir, sino vivir diferente. Vivir de verdad.

Una semana después, salí del hospital.
Un mes después dejé los antidepresivos.
Tres meses después algo en mí había cambiado, ya no estaba esquelética. Tampoco me sentía gorda, ni flaca tampoco. Me sentía sana, con energía, con ganas de vivir, me sentía hermosa, mis ojeras habían desaparecido y mi palidez se había tornado a un color saludable. Al quinto mes volvió mi menstruación, volvieron mis ganas de disfrutar la comida, mi estómago ya no era diminuto, mis comidas eran normales.
¿Me costó? Si, demasiado, algunas veces quise rendirme, quise tirar la toalla, volver a ayunar, vomitar una vez más. Luego veía una foto que tenía al lado de la que estaba con mis hermanos, en esa estaba con Anahí y Dulce en navidad del 2016, sonrientes, vivas, emocionadas y a la vez cansadas y con miedo. Ellas dos (y Ange) eran mi fuerza, por ellas iba a lograrlo.
Si, comencé haciéndolo por ellas, luego empece a quererlo por mí y la diferencia fue inmensa, avanzaba con más velocidad y tropezaba menos.
A los 10 meses de salir del hospital donde había bailado el vals con la muerte me dijeron que podía irme y seguir el tratamiento fuera, con control nutricional cada semana. No, no quería irme, no iba a hacerlo.

  −De aquí no me voy  sin Anahí−les dije. Por Angelique no me preocupaba demasiado, ¡estaba incluso mejor que yo! Hablábamos, si, y mucho, pero ella tenía sus amistades y yo tenía que dejarla aprender a ser independiente.
  − Tranquila, Maite−dijo la doctora Lennon. En la habitación se encontraban ella y la doctora Amalia−si todo sale bien la paciente Puente puede irse de aquí en dos meses.
− Pues me quedo aquí hasta que ella tenga el alta también−expresé demandante. La doctora siquiera se molestó en contradecir mis palabras y no me echó a patadas a la calle (como quizá yo en su lugar hubiera hecho).
− Bien, solo porque sé que a lo mejor no tienes donde ir además de la casa de tus padres y supongo que no quieres volver−asentí. Era cierto, no quería volver−estos dos meses te servirán para buscar un hogar, puedes entrar y salir cuando quieras pero no levantes sospechas, ¿si?−Asentí por segunda vez y me fui feliz. No lo podía creer, ¡tenia el alta! Claro que no le diría eso a Anahí ni tampoco que buscaba una casa, sería una sorpresa.

Y tal como el pronóstico de la doctora Lennon indicaba, a Anahí le dieron el alta dos meses después. Curiosamente se lo dieron el día 1 de noviembre, a un año de la muerte de Dulce (jamás te olvidamos, pequeña).

Any abrió la puerta de la habitación para darme la noticia de que por fin tenía el alta, cosa que yo ya sabía pues la doctora me había adelantado que se lo daría para tener todo listo.
  − ¡Gatita! ¡me dieron el alta! ¡soy libre! ¡ahora solo faltas tú!−dijo feliz, mientras saltaba y me abrazaba, sonreí.
− ¡Niña tonta! Yo recibí el alta hace dos meses, solo que me quedé a esperarte, ¿ves?−dije señalando las maletas sobre mi cama. Anahí abrió gigante los ojos.
− ¿De verdad te quedaste a esperarme? ¡eres increíble, te amo!−y cuando parecía que la emoción que sentía no podía ser mayor, lancé la bomba definitiva.
− No solo me quedé y esperé silenciosamente tu alta, sino que también me pasé los últimos dos meses diseñando nuestro hogar−le dije, sus ojos brillaban como los de un niño con juguete nuevo.
− ¿A qué te refieres con eso gatita?−preguntó sin poder contener su felicidad.
−  ¡Menos preguntas y más acción! Lo verás con tus propios ojos, así que calla y empaca tus cosas rubia.

Y lo hizo, a gran velocidad armó sus maletas y yo la ayudé, subimos todas a la camioneta que nos esperaba fuera. Volvimos a la oficina a firmar nuestra salida, recorrimos todo el lugar pues sabíamos que sería la última vez que veríamos aquel lugar en el que estuvimos más de dos años viviendo. En el marco de la puerta principal dimos el ultimo vistazo a la entrada, luego dimos media vuelta y tomadas del brazo salimos juntas.

Libertad. Por fin libertad.

Nuestra primera parada fue nuestro nuevo hogar, la decoración era a gusto de ambas, ya la conocía lo suficiente. Dejamos las maletas en nuestras respectivas habitaciones (la suya apenas decorada, dejé que ella lo hiciera más tarde) y le hice recorrer la casa. La amó, me abrazó y lloramos. Las paredes estaban llenas de fotos. Una de ellas, la más grande y llamativa, era una foto de Dulce, Any y yo riendo. La foto la había tomado mi prima un día que entro de improvisto a devolverme mi cámara y nos vio deshechas en risas en el piso con almohadas al rededor. Tomó la foto antes de que notáramos su presencia.
Una foto casual, pero hermosa y muy significativa.

Luego pedimos un taxi (la camioneta se había vuelto la clínica) y fuimos al cementerio, le dejamos un ramo con 20 claveles blancos a nuestra amiga.
La segunda parada, la cabaña donde habíamos festejado navidad hacía dos años.
Fuimos al gran terreno que había detrás y encontramos aquel árbol de naranjas al que Dul nos llevó esa noche, el que ella había plantado con sus pequeñas manitos cuando era una niña.
Nuestros nombres tallados en él aún eran legibles.


"Maite perroni
Anahí Giovanna Puente
Y
Dulce María Saviñón
Serán amigas por siempre
25/12/2016 - ∞"


Aquello era una promesa. Y la promesa se iba a cumplir en vida, o después de ella.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora