Capítulo 29

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Cuando pierdes a alguien que era cercano a ti, a un amigo, un compañero, un hermano o lo que fuere, cuando pasas de ver a alguien casi todos los días de tu vida a chocarte de frente con la noticia de que no vas a volver a verle nunca más, te niegas. Te niegas rotundamente a aceptarlo y sin embargo caes en cuenta de que no queda otra opción. Yo estaba en una línea entre negarme a creer que ella se había ido y querer irme con ella, aun sentía su presencia, aun creía que ella atravesaría la puerta y entraría sonriendo y diciéndome "hola" con su dulce voz. Me negaba a aceptar que jamás volvería a escucharla, a abrazarla, a oler su perfume. Daría hasta mi propia vida con tal de darle un último abrazo y decirle cuanto la amo, porque cuando ella me dijo ese "te quiero, bonita" siquiera le respondí un "yo igual". Nada, no le dije nada y me arrepiento, me arrepiento de no tener más fotos juntas, de no haber creado más recuerdos, de no demostrarle lo suficiente cuanto la quería (quiero).

Explicar lo que sucedió el día del entierro es algo tan difícil, todo es tan borroso. Recuerdo poco, y lo poco que recuerdo lo voy a plasmar aquí y de resto le daré un espacio a Any para que dé su versión de los hechos.


Después de el entierro, después de ver los rostros de la gente tan rojos o pálidos, lágrimas y lágrimas, infinidades de lamentos, después de todo eso vi a Anahí descompensarse, ¿cómo era posible si le habían dado gotas justamente para que aquello no sucediera? (me enteré más tarde que olvidó tomarlas). Una ambulancia se la llevó a ella, a su madre quien también se había descompensado y a una de las doctoras de la clínica para estar al pendiente de Any. Con nosotras habían ido dos doctoras, la otra se volvió conmigo a la clínica, me dio unas magdalenas recién compradas, un café y me dijo que me fuera a descansar. Le pedí un cuchillo para cortar las magdalenas y dudó, pero confió en mí y me lo dio (gran error, Amalia). 
Fui hasta mi habitación (la habitación de las tres) y dejé las cosas sobre mi escritorio. Mi expresión era probablemente neutral, abrí el cajón donde había dejado la carta y la releí. Mis lágrimas volvieron a caer. Después, la volví a dejar en su lugar con mucho cuidado. Volví a revisar sus cuadernos, allí yacía un diario intimo que no tenía candado. Solo lo hojee, porque me lastimaba ver su letra, leer sus pensamientos, sus vivencias.

"¡Que buenas son las compañeras de cuarto que me tocaron!"
"No se puede estar triste con Any y Mai"
"Que bueno que tengo a mis amigas"
"Quiero salir de aquí"
"Odio mi cuerpo, odio ser yo"
"Quiero recuperarme"
"Quiero estar muerta"
"Tengo miedo de morir"


Esas son algunas de las frases que leí en su diario. Me dolió, me dolió que se odiara y que fuera desdichada, me alegró ser una de sus razones para estar de pie y me volvió a doler porque ella merecía más, merecía vivir mejor.

De pronto me invadió el miedo, el miedo de vivir sin Dulce, el miedo de que Anahí tampoco volviera del hospital, el miedo de morir como ella, de sufrir hasta el último instante y sin embargo tan contradictoria como siempre, quise acabar conmigo.
Quise hacerlo en serio.

Cuando terminaba en el hospital inconsciente o me cortaba hasta desangrarme no lo hacía buscando la muerte, sino alivio. Al no comer no buscaba la muerte, sino sentirme bien (tan curioso, tan contradictorio, ¿sentirse bien por falta de alimento, energías?)
Pero esta vez buscaba la muerte, buscaba irme del mundo, buscaba volver al lado de Dulce, abrazarla y preguntarle por qué me (nos) había dejado.
Y quizás si en ese momento hubiera sido consciente de que Anahí estaba viva, de que tenía una prima que cuidar y un futuro, no hubiera hecho lo que hice.

Con las lágrimas invadiendo mi rostro, temblando y con mucho frío dejé las cosas de Dul y tomé las magdalenas, las miré y luego las estampé contra la pared más lejana. Luego busque con desesperación mi botecito de antidepresivos, me metí unos cuantos a la vez (con cuidado de no tirar ninguno, los tomaría todos, dormiría para siempre) y los tragué con el café, repetí esto hasta acabármelos y luego tomé el cuchillo. Corté cada uno de mis brazos y piernas mientras lloraba desconsoladamente, con la poca consciencia que tenía en ese entonces sabía que con los antidepresivos mezclados con cafeína, la falta de alimento de hacía ya más de una semana y los cortes con los que me desangraba no había forma de seguir viva (eso creí).
Me recuerdo llorando, desgarrandome de dolor, gritando y luego viendo como todo se volvía negro.

{Anahí's point of view}

Había salido por fin del hospital, me diagnosticaron con ataques de pánico (lo único que me faltaba) pero ya estaba mejor, podía volver a la clínica y estaría con Maite. Pero al entrar a la habitación quise desvanecerme, rendirme, borrar la imagen que acababa de presenciar, todo a la vez.
Maite yacía tirada en el suelo, inconsciente, con el vestido levantado haciendo notar su estómago y el short que llevaba debajo, con sangre al rededor, muchísima sangre. Sus piernas y brazos todos tajados, un cuchillo a su lado, junto con una taza rota y un bote de medicinas vacío.
  − ¡Maite! ¡Maite! ¡Auxilio doctora! −grité con todas las fuerzas de mi garganta, casi pude jurar que me quedaría muda. Varias doctoras entraron a la vez, todas intentaron socorrerla excepto una que llamó a la enfermera para que se la llevase la ambulancia y otra que me asistía de un nuevo ataque de pánico.

Dos días después Maite estaba toda vendada, curada, con transfusión de sangre (yo fui una de las donantes) y el estómago lavado. Estaba fuera de peligro pero seguía inconsciente y no se sabía cuando iba a despertar. Dos días es poco dirán algunos, pero esos dos días donde sentí que la perdía, donde creí que mi otra mejor amiga también se iba, fueron un infierno.
  − Mi niña, pronto despertarás, saldremos adelante, no me vuelvas a hacer esto, vamos, gatita, despierta−dije en medio del llanto, tomando su mano con miedo, con dolor y tristeza− vamos, despierta− repetí una vez más. Luego sentí su mano presionar la mía.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora