Capítulo 25

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Pastillas.
La solución mágica de los psiquiatras, te drogan, te atontan, te quieren feliz y si no lo logras con terapias lo logras con pastillas. Antidepresivos. Por supuesto que me sentía mejor, más feliz (¿feliz?) y reía con ganas, pero todo era una mentira, no era feliz, solo me querían hacer creerlo.
Corría octubre, mi relación con Anahí era de un café a la tarde y un "buenas noches", con Dulce era tan solo lo último. De vez en cuando entraba a la habitación a buscar algo que necesitaba y la veía sentada, escribiendo (a mano, con papel y lápiz, nada de computadora), la saludaba y me iba.

No era consciente de lo que estaba por venir.

De haberlo sabido, hubiera intentado estar más tiempo con ella.

Recuerdo que una tarde quiso acompañarnos en nuestro café (acompañarnos quiere decir sólo eso, ella no se sirvió). Compartimos esa tarde con ellas dos, con Ange y con otras dos chicas de la clínica, compañeras de mi prima.
Hablamos de trivialidades, de ropa, maquillaje, de las fiestas que se venían, de lo que íbamos a estudiar fuera de la clínica, de lo que queríamos para el futuro, de la muerte, de la vida, de la felicidad. Infinidad de cosas. Me sentí libre.
También hablamos de nuestras historias (conocía las de Ange y mis amigas, mas no de las otras dos chicas). Cuando compartes tu experiencia con alguien que te entiende, dejas de sentirte tan sola, tan desdichada, dejas de creer que lo que te pasa solo te pasa a ti (algo que normalmente sucede si estás sola en tu lucha), te sientes comprendida y mimada, eso es algo que le agradezco infinitamente a la clínica, el hecho de permitirnos compartir con otras personas con historias similares, el no aislarnos, el podernos sentir acompañadas. Todas en ese lugar teníamos algo en común; éramos desdichadas. Nos había tocado sufrir lo mismo, y sin embargo nuestra historia no era menos importante porque otro también la viviera, eso jamás. Cada historia es similar ahí adentro, pero a su vez cada historia es única, lo mismo sucede fuera de la clínica, con aquellas jóvenes que sufren solas su enfermedad (solo que ellas no lo saben).

Casi a fin de mes me llegaron dos paquetes. Extraño, no solía recibir nada, algo me dijo que debía abrirlos a solas.
Abrí el primero, el más grande. Era mi colección de maquillaje (que no era mucho) que tenía en casa, un par de ropas, mis galletitas favoritas (¿galletitas? ¿Para qué?) y un par de regalitos muy lindos. Entre ellos había una pulsera con las iniciales "MPB" y también una con las iniciales "AB", las de mi prima. Quienquiera que haya enviado el paquete sabía que mi prima estaba conmigo, además de esto, ambas pulseras eran del mismo color y diseño y parecían hechas a mano.

La segunda caja fue casi una tortura.
Encima de todo había una pequeña carta.

"No sé cómo estás, no sé cómo la estarás pasando, pero te envío esto para que tengas fuerzas. Yo no entiendo mucho pero intenté averiguar un poco acerca de lo que te está pasando, te envío algunas cosas que encontré en tu cuarto para que recuerdes que ya no eres así, que eres algo mejor que una enfermedad, que eres fuerte y que te extraño y necesito que vuelvas.
Ojalá hubiera disfrutado más de tu compañía cuando estabas en casa, así quizás no te hubieras enfermado, espero que sanes pronto. Te amo hermana.
PD: la segunda pulsera es para Ange, mi primita linda que también la extraño, dile que la quiero mucho (y por cierto, ambas pulseras las hice yo mismo, ¿te gustan?)

-Francisco (Panchito)



Quise llorar, quise abrazar a mi hermano. Francisco tiene 3 años menos que yo, 17, jamás me había enviado nada, intuyo que mamá no quería que lo hiciera pero él se las arregló, le agradecí por dentro.

Dejé la carta a un lado de la caja y empecé a sacar cosas. Encima de todo había un diario, lo recuerdo, había escrito mis penas ahí. Probablemente Panchito lo leyó, no lo sé, si lo hizo o no me da igual. Confío en él.
Al lado del diario se encontraba un cuadro con una foto mía con él y con mi otro hermano, Adolfo, al que también adoro. La foto había sido tomada hacia unos 2 años, yo en ese entonces estaba ya enferma e incluso fue tan solo meses antes de entrar a la clínica. Tenía puesta una blusa de manga larga color bordó y recuerdo perfectamente que bajo esas mangas habían heridas del mismo color. En mi rostro, una sonrisa cansada; en los de mis hermanos, pura ignorancia e inocencia.
Bajo el cuadro había una lista en la que yo anotaba la fecha y mi peso de ese día. Sentimientos encontrados, recordé la carta de mi hermano;

"Te envío algunas cosas que encontré en tu cuarto para que recuerdes que ya no eres así". ¿Realmente yo ya no era así? ¿Dónde está la línea entre lo que era en ese entonces, lo que fui, lo que soy ahora y lo que seré el día de mañana?

La caja tenía más cosas, en este momento no recuerdo qué eran, sólo recuerdo que lloré, recuerdo llorar por horas y recuerdo ver a Dulce entrar y abrazarme fuertemente, recuerdo sentir sus huesos y estremecerme ante el abrazo, me recuerdo explicándole lo que estaba pasando.

–Tú ya no eres así, ya no eres esa chica que controla su peso, que quiere bajar, que se quiere morir, tu hermano tiene razón, eres más y mejor que eso, eres una chica fuerte que quiere salir adelante, que quiere vivir, que quiere volver a sentir el aire puro y disfrutar de un almuerzo con amigas. Quiero que me prometas que vas a dejar de llorar, que vas a olvidarte de lo que fuiste, que vas a comer y vas a salir de aquí, vamos a salir juntas, ¿sí? Prométemelo.
–Promesa– dije yo, llorando, conmovida.

Dul me dio un beso en la frente, con una sonrisa, dando por hecho mi promesa, saldríamos juntas (¿lo haríamos?). Me susurró un "te quiero, bonita" y salió de la habitación.



Horas después, mientras merendaba con Anahí, nos llegó la noticia.
Dulce estaba internada, otra vez.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora