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Luego de que subiera al cuarto de Ian y me pusiera un pantalón de chándal para no andar sacudiendo mi culo al viento por los rincones,  con Maureen pasamos la mañana en la cocina, viendo capítulos pregrabados de su telenovela mexicana favorita.

Ni siquiera recordaba el nombre, pero era gracioso escucharla explicar la historia falsamente melodramática -que de todas formas no entendía- y entre medio escucharla exclamar frases como: "Dios, ¡soy una vergüenza!", "¡Las negras no debemos ver esta clase de cosas!", "¡Soy un insulto a mi raza!" o "Mira que guapo es ese actor, me lo comería con jarabe de arce". 

La ama de llaves de Ian era todo un personaje digno de tratar y apenas la conocía, pero ya me gustaba eso de pasar tiempo con ella.

Por poco armó la Tercera Guerra Mundial cuando le pedí que me permitiera preparar el almuerzo, porque era su trabajo y no había dejado de hacerlo en cinco años, pero me bastó con decirle que era un agasajo que "mi hombre" merecía después del trabajo, con el acento mexicano que tanto le gustaba para que se rindiera. Frente a ese argumento, no quiso dar la pelea y terminó por felicitarme por lo bien que olía la carne de res con verduras horneadas que había preparado. Aunque no estaba ni cerca de ser un platillo tan elaborado como los que ella podía realizar.

—Es un poco tarde, ¿no crees? —Miré su reloj de pulsera apoyando mi cabeza en su hombro. Amaba la confianza que habíamos adquirido en tan solo unas horas.

— ¡Eso es culpa del amor! —exclamó entre risas. Me había descubierto— ¡No comas ansias, niña! ¡Ya volverá! ¿Por qué no subes a la piscina y te relajas un poco?

—Ni siquiera tengo bañador.

— ¡Bah! ¡Es una piscina privada! Y tu ropa interior ya está lista, la dejé en la habitación. Con eso bastará. Te prestaría uno de mis bañadores, ¡pero mírame cielo! ¡Cabrían tres chicas como tú en uno de ellos! ¡Tu cuerpo menudito no se compara con mi sensual grandiosidad! —bromeó sacudiendo las pompas de una manera graciosa.

—De acuerdo, aceptaré tu oferta, pero...

—Apenas Ian regrese, te aviso. Lo sé —Entornó los ojos y le besé la mejilla antes de salir de la cocina— ¡Estos tortolos son exasperantes! ¡Tanta dulzura me dará diabetes! —La escuché decir desde el pasillo y continué mi camino después de reírme.

Tal como se me había anunciado, mi ropa limpia estaba sobre la cama que al parecer Maureen había ordenado mientras cocinaba. 

Apenas había tomado mis sujetadores cuando al extenderlos pude sentir el aroma del jabón. Estaba lejos de ser el perfume de Ian, pero al menos ya sabía cuál era uno de los componentes de la fragancia que me asediaba cada vez que lo tenía cerca y perdía la cabeza.

Usando solo mi ropa interior y uno de los albornoces que encontré en el baño, subí por la escalera en dirección a la azotea. ¿Dónde más podía estar la dichosa piscina? 

No quise preguntarle a Maureen, porque dejar en evidencia que no había logrado esperar a que Ian me diera el protocolar recorrido por la casa antes de follarme, sería demasiado incómodo. Ahora me arrepentía de la urgencia que engendraban mis hormonas descontroladas y de lo poco que podía gobernarlas cuando de Ian se trataba.

Tal vez hacer el recorrido yo misma era una buena idea, pero la sola posibilidad de tener que llamar a gritos a la dulce Maureen porque me había perdido en el tremendo espacio, me hizo dudar y la duda se hubiese expandido de no ser por el hecho de que apenas llegué a la tercera planta y viré pocos metros hacia mi izquierda, la piscina se mostraba en gloria y majestad. ¿¡Algo en esa casa no era de dimensiones gloriosas y de una belleza esplendorosa!? 

Sobre mi Cadáver  [TERMINADA]Where stories live. Discover now