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Abrí los ojos de par en par con la apremiante sensación de que todo lo ocurrido, no era más que parte de un confidencial sueño del cual solo podría hablar con mi almohada. Pero me bastó tomar conciencia de que mi cuerpo descansaba sobre un colchón mucho más esponjoso que el que recordaba tener en casa y estaba arropado por sabanas mucho más suaves y un edredón infinitamente más mullido, para constatar que de mi impúdica aventura nocturna, nada había sido un sueño. Además estaba desnuda y no acostumbro a dormir desnuda en casa, así que ante la innegable realidad, solo me pude sonrojar como una niña y sonreír, sintiendo una profunda satisfacción.

Mi cuerpo protestó por mis locuras pasadas, pero sin hacerle caso al típico dolor muscular por falta de práctica, rodé bajo las mantas para encontrarme Ian profundamente dormido, pero no hallé más que desilusión. Ya no estaba allí.

"Tal vez se fue a trabajar ya" Pensé mientras reunía fuerzas y lograba sentarme en la cama con algo de dificultad mientras sostenía el edredón sobre mi pecho.

— ¡Santa madre de Dios! —exclamé inevitablemente.

La obscuridad en que se había desarrollado nuestro encuentro la noche anterior, no me había permitido observar a mi alrededor, pero ahora, a plena luz del sol matutino, no era capaz de asimilar lo que estaba viendo. Frente a la cama estaba el mismo ventanal curvo que te recibía en la sala, brindando una vista inmejorable de Nueva York, ¡desde la propia cama!

— ¡Esto tiene que ser una puta broma!—Estaba realmente boquiabierta.

Busqué con la mirada por los alrededores mi vestido de encaje rojo, pero además de un par de mesitas de noche y la camisa de Ian sobre la cama, no pude encontrar nada.

Entre lucir como recién follada con la camisa del responsable y pasear con la sabana a rastras, la elección no se hizo tan difícil y aunque un par de tallas más grande me hacían ver ridícula -como si un saco de harina llevara-, sentir su perfume en ella me hizo olvidar la absurda disyuntiva.

Vértigo fue lo que sentí cuando con mis manos apoyadas en el cristal, tuve la grandiosa idea de mirar hacia abajo. Me arrepentí de inmediato y luego de ver en el reloj sobre la mesita de noche, supe que era algo temprano como para que Ian se hubiese ido al trabajo, así que me puse en la misión de encontrarlo. 

¿Qué tan difícil podía ser en tan solo tres mil metros cuadrados? Entorné los ojos como dándome una respuesta y me puse a ello.

Resultó muy útil el hecho de que la escalera no estuviese tan lejos de la habitación porque así al menos tendría un punto de referencia. Si me perdía, bastaba con regresar hasta allí, así que recordando que solo había una planta hacia abajo y dos hacia arriba, decidí que era mejor partir por lo que ya conocía del lugar.

No alcancé a bajar dos peldaños cuando una voluptuosa mujer de color de unos sesenta años, comenzó a subir la escalera y aunque pensé en salir huyendo para no tener que vivir la embarazosa experiencia de que me viera en esas fachas, ella alzó la mirada y antes de que pudiese hacer cualquier movimiento, ya me había descubierto y me había regalado una encantadora sonrisa.

—Buen día, señorita Hathaway —dijo con una voz rasposa que no pudo recordarme más a Aretha Franklin.

—Bue... Buenos días —Sonreí avergonzada, cruzando mis manos sobre mi panza.

—Ian está en la sala —anunció con toda naturalidad.

¿¡Acaso no veía cómo iba vestida!? ¿¡Acaso podía ser más vergonzosa esta situación!? "Tal vez no eres la primera a la que ve así" Pensé y sacudí la cabeza para espantar la idea.

Sobre mi Cadáver  [TERMINADA]Where stories live. Discover now