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El domingo a primera hora abrí los ojos uno tras otro y con dificultad. Mis músculos protestaban el hecho de haberme dormido con medio cuerpo fuera de la cama y aunque hubiese deseado no despertar -o al menos no hacerlo tan temprano-, la música de Frank Sinatra de mi padre, que venía de la sala, tuvo el honor de hacerme sonreír por sobre todas las cosas.

Por mera curiosidad saqué el celular del bolso y al ver una lista interminable de llamadas y mensajes -que a lo menos triplicaban las que había alcanzado a visualizar la noche anterior-, solté un bufido y lancé el aparatito lo más lejos posible.

Papá estaba en la sala, lo que significaba que había amanecido de buen ánimo y sintiéndose lo suficientemente mejor como para salir de la cama -lo que últimamente pasaba cada vez menos-, así que no iba a preocuparme de nada que involucrara el apellido Brockmann, al menos por ese día. 

Dedicarle todo el tiempo posible a mi padre era la prioridad.

Dándome fuerzas y bloqueando de mi mente cualquier cosa que tuviese que resolver el lunes, me metí al baño para darme una ducha rápida, al salir me metí en un vestido de gasa color marfil, muy vaporoso y apropiado para el día soleado que esperaba afuera y terminé mi primaveral estilo con unas ballerinas color gris, al borde de ser infantiles.

Con el cabello alborotado y un suave brillo en los labios, me sentí lo suficientemente cómoda para un domingo familiar y el maravilloso olor a hot-cakes que venía de la cocina me abrió el apetito de tal modo, que por poco mi apellido cambia a Bolt.

Bajé las escaleras a zancadas y sin pensar en nada entré a la sala hecha un huracán de felicidad y me lancé cuidadosamente a los brazos de mi padre, que estaba sentado en su adorado sillón de cuero café que alguna vez perteneció a mi abuelo y que estaba casi tan viejo como su existencia.

— ¡Buen día, papi! —Le besé la mejilla sonoramente una y otra vez mientras él reía a carcajadas. Me encantaba cuando lográbamos volver en el tiempo y yo actuaba como su pequeña niña— ¡Me alegra tanto que te sientas bien hoy!

—Hoy es un buen día, mi niña —Sabíamos que hace unos meses los malos eran mucho más que los buenos, así que disfrutar de él era simplemente maravilloso— Además, tu mamá decidió cocinar algo especial.

— ¡Sentí el olor desde arriba! —dije saboreándome y sacudiendo mis pies mientras me aferraba al regazo de mi padre— ¿A qué hora están listos, mamá? ¡Ya tengo hambre!

—Los tuyos, no sé. Los de Ian, ya están —soltó de pronto, poniendo un par de masas en un plato y haciéndome caer de culo al suelo.

La verdad es que estaba muy grande ya para estar sentada en el regazo de mi padre y por eso caí sentadita en el suelo, pero fue suficiente para darle dramatismo a mi cara cuando la volteé y vi a mi nada querido jefe apoyado en el bordillo de la puerta que daba a la cocina, llevando el aspecto más informal que le había visto desde que lo conocí. Zapatos negros, jeans azules, camisa blanca algo holgada, fuera del pantalón y con los tres primeros botones abiertos y un blazer también negro. 

Estaba perfectamente bien peinado -como siempre- y de no ser porque estaba tratando de ponerme de pie, hubiese podido asegurar que en su semblante había algo de regocijo por haber provocado una impresión tan grande en mi con su sola presencia. ¿¡Pero qué esperaba!?

 —¿¡Qué diablos haces en mi casa, Brockmann!? —interrogué cuando ya estaba de pie y lo suficientemente compuesta.

—No contestaste mis llamadas ni las de James. Él estaba preocupado y le pedí que me trajera. Te prohíbo que vuelvas a pasar de mis llamadas otra vez, podría estar llamándote por algo importante del trabajo. Eres mi asistente.

Sobre mi Cadáver  [TERMINADA]Where stories live. Discover now