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Extenuada y entumecida fui levente consciente de que los brazos de Ian me envolvían y que mi cuerpo parecía flotar entre su perfume y los aromas exteriores. El olor a cera y combustible era signo evidente de que estábamos en algún aparcadero o garaje. Luego sus pasos sonoros parecían retumbar en un espacio abierto y de suelo marmolado. El sonido se detuvo cuando escuché la alerta de llegada del elevador.

— ¿Dónde estamos? —susurré con un suspiro y sin despegar mi mejilla de su pecho mientras enlazaba mis brazos a su cuello.

—Te traje al que si es mi lugar favorito —bromeó y me besó la coronilla. Yo solo pude medio sonreír porque aún estaba adormilada.

Me mantuvo suspendida en el aire por unos minutos más, hasta que el elevador volvió a anunciar su llegada, esta vez en la planta dieciséis, lo que supe porque Ian después de deslizarme de manera cuidadosa por su cuerpo, me puso suavemente de pie justo frente al visor que lo informaba.

—Adelante —dijo tomándome de la mano para invitarme a entrar— Bienvenida a mi casa —anunció.

Cada gramo de pereza que se apoderaba de mi existencia, se esfumó con solo saber que estaba en la casa de Ian. Necesitaba todos mis sentidos alerta para empaparme de un mundo que creí que nunca llegaría a conocer.

Por poco caigo de culo al suelo con los pies en el aire cuando el lujo y la majestuosidad evidente, me dieron como una bofetada en una mejilla y luego en la otra.

Era un lugar muy moderno, de cielos altos y de una estructura curva de cristal muy particular, que le daba una vista semi panorámica de la ciudad, transformándola en el escenario de fondo perfecto para un piano de cola negro realmente alucinante y un conjunto de sillones y sofá de tres cuerpos de un austero color gris pálido que reposaban apaciblemente sobre una gruesa alfombra beige.

Toda mi pequeña familia podría haberse quedado a dormir en la sala si lo hubiesen intentado y de paso hubiesen podido cenar cómodamente en la mesa de centro de roble y cristal en un momento informal sentados sobre la alfombra.

A mi izquierda estaba el comedor. Una mesa también de roble de doce sillas de tapiz blanco junto a una chimenea que de seguro era de última tecnología y ni siquiera necesitaba fuego real.

A mi derecha, una escalera con barandilla de cristal me hacía una insinuante invitación a seguir recorriendo cada recoveco del espacio disponible.

— ¿Un dúplex? —pregunté inocentemente mientras subía al primer peldaño de la escalera. Él se carcajeó con algo de displicencia.

—Es un penthouse, cariño. Son cuatro plantas más la azotea que es privada. Casi tres mil metros cuadrados en el interior, seis habitaciones, siete cuartos de baño, elevador privado, dos balcones envolventes y la guinda del pastel, piscina privada —La lista había brotado de sus labios con un orgullo desconcertante.

Me gustaría algún día escucharlo hablar de esa manera sobre mí. Que cada característica que agregara fuera cada vez mejor. Estaba con la boca abierta, pero no pude evitar sacar a relucir mi lado consiente en la vida.

— ¿Para qué necesitas tanto espacio? —cuestioné entrando tras él mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba sobre el sofá— No pareces ser el tipo de hombre que tenga un harén. Creo.

—De las seis habitaciones la principal es mía —inició explicando, mientras se deshacía la corbata y a mi empezaban a interesarme cada vez menos los detalles sobre las habitaciones y cada vez más el proceso de que se quitara la ropa— Hay una que utiliza James cuando lo necesito cerca, otra para el ama de llaves y una para los invitados.

Sobre mi Cadáver  [TERMINADA]Where stories live. Discover now