XII. Esto es muy intenso

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 – ¿¡Por qué siempre tienes que acabar golpeándome!?

Pese al volumen de su voz, que podía ser indicativa de enfado, aprecié diversión en él.

Por supuesto, eso también me irritó.

– ¡Prueba a no besarme cuando te esté regañando y verás como no acabamos así!

Mi reproche sonó infantil, quizá por eso rompió a reír cuando finalicé la frase.

– Me pones a mil cuando te enfadas, Alice. Hablo en serio –inhalé aire profundamente. De haberlo tenido cerca, lo hubiera golpeado de nuevo sabiendo, por otro lado, que de poco servía mi escasa fuerza contra su cuerpo–. ¿Por qué tienes que tener tan mal carácter?

Torcí el gesto. Mi mal carácter lo provocaba él.

– ¿Y tú por qué tienes que ser un prepotente insoportable?

Volvió a besarme cuando la última sílaba se escapó de mi boca. Aporreé su pecho;  era lo que merecía y no obtendría otra cosa por mi parte.

- ¡Me desquicias, Alice! ¿Por qué tienes que ser así? –Bramó, apretando los dientes.

– ¿Que te desquicio? ¿¡Yo, a ti!?

– ¡Sí, tú a mí!

– Ya sabes donde está la puerta si esto no te gusta.

Observé cómo llenaba su pecho de aire, probablemente en un intento por tranquilizarse.

– La próxima vez que digas eso pensaré seriamente en irme.

– Ya sabes donde está la puerta –repetí, de mal humor.

Era consciente de que el orgullo acababa de hablar por mí. No quería que se marchara pero tampoco podía seguir permitiendo que me tratase como a un juguete. Clavó sus ojos en mí, que lucían con severidad, y pasó por mi lado sin decir una palabra. Abrió la puerta, la atravesó y la cerró de un portazo.

Cerré los ojos y resoplé. ¿Qué había hecho? No quería que se fuera.

Segundos más tarde, sonó el timbre. Me giré asombrada, agradecida y aliviada ante la posibilidad de que no se hubiera marchado. Caminé con rapidez y abrí del mismo modo, comprobando que era él, de nuevo, quien estaba frente a mí.

– Deja de jugar con esto. ¿Qué vas a hacer el día que me marche de verdad? –Preguntó, con la autosuficiencia que tanto me irritaba.

Había vuelto a estropearlo. No le necesitaba tanto como pensaba, ni siquiera le necesitaba tanto como a veces llegaba a imaginar. Y, aunque así fuera, no estaba dispuesta a consentir su estúpido e insoportable sentido del humor.

Traté de cerrar la puerta, pero lo impidió sin demasiado esfuerzo.

– Para, Alice –pidió–. ¿Por qué no soportas mis bromas? Me quedo contigo si no vuelves a gritarme.

– No tendría necesidad de gritarte si no me sacaras de quicio.

More than this | Fan-fic de Louis TomlinsonWhere stories live. Discover now