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—"Violencia de género" es una frase que, horriblemente, hemos comenzado a escucharla con frecuencia —dije al micrófono—. Cada día oímos casos sobre chicas desaparecidas, mujeres asesinadas, niñas abusadas. Cada día, todas nosotras salimos a la calle con miedo de que seamos las próximas, acongojándonos cada vez que nos gritan obscenidades o intentan manosearnos en el transporte público. Sin embargo, lo más terrible es cuando aquella violencia llega desde quien más amamos.

—Porque ese es el peligro más grande —habló Marlene—. ¿Cómo podríamos cuidarnos de aquella persona a quien amamos, de quien nos dice que nos ama? Las asociaciones de lucha contra la violencia de género siempre nos previenen, nos explican los síntomas y nos enseñan. Pero, para quienes han pasado por esto, es casi imposible saber cuándo el amor se convirtió en dolor.

Ella hizo una pausa tratando de detener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Ella no lloraría más frente a alguien, y no lo hizo. Sino que tomó una gran bocanada de aire y cuadró sus hombros con determinación.

—Yo no supe distinguir aquel momento —continuó—. Fueron mis amigos quienes me salvaron, y gracias a que ellos es que ahora estoy aquí para contarles mi historia. Porque deseo que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé.

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Los días siguientes fueron algo extraños. Con el pretexto de ver a Eros, me iba al departamento de Casiano a comprobar que Marlene estuviera bien. Ella aún se veía algo aturdida y fuera de sí, pegando respingos cada vez que escuchaba el timbre o el motor de un vehículo aparcado cerca. Sin embargo, Casiano había tenido razón. Él y Cassy le daban su espacio y la trataban con amabilidad.

El día en que fui a pedirle un favor a Marlene, incluso estaba sonando su banda favorita k-pop desde el estéreo de la sala.

—No puedo hacerlo —me respondió ella.

—Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero creo que si contás lo que te pasó ayudaría a otras personas que están pasando por lo mismo —insistí.

Las dos estábamos en la sala de estar de Casiano. Él también estaba allí, afinando su guitarra y pretendiendo que no nos estaba prestando atención.

—No puedo.

—Pero...

—Basta, Celeste —me interrumpió Casiano—. No podés obligarla a hablar de algo que no quiere.

—Lo sé —murmuré como un perrito a quien habían regañado— y, sin embargo, no dejo de pensar que eso podría ser bueno para otros y para ella misma. Sé que a veces lo mejor para comenzar a curar es comenzar por desahogarse.

—¿Lo sabés? —dijo Marlene, poniéndose furiosa de pronto—. ¿Acaso sabés por todo lo que pasé? ¿Sabés cómo me sentía? ¿Cómo sigo sintiéndome? No, no lo sabés. Ninguno de ustedes lo sabe. Ninguno de ustedes pasó por esto.

Me quedé en silencio. Ella tenía razón, yo no lo sabía.

—Te sentís culpable, porque es tu culpa que él te trate así. Comenzás a tenerle miedo, pero creés que te hace eso porque te ama. Y al final solo sentís terror e impotencia. Te tiene atrapado y solo querés que todo termine ya. Tan solo te queda esperar el último golpe.

Había sido Casiano quien dijo todo aquello. Su vos había sido calma, pero los nudillos que sujetaban su guitarra estaban tan blancos que creí que la rompería. Marlene y yo lo miramos sorprendidas cuando él se levantó y se dirigió a la puerta.

—Necesito salir a fumar —dijo y se fue.

La sala quedó un largo momento en silencio, hasta que las dos logramos salir de la sorpresa.

Las canciones de CelestinaKde žijí příběhy. Začni objevovat