—Estoy feliz. Ahora puedo comprar lo que quiera. Me dijo que gastara sabiamente. Solo puedo salir una vez a la semana para comprar cosas y siempre con un guardaespaldas.

—Es muy estricto con la seguridad.

—Lo es. Nos cuida mucho. Dice que todas somos su mayor inversión, que sin nosotras esto sería un lugar de mala muerte.

Por supuesto que somos su mayor inversión. En sus sueños más profundos se imagina ganando millones de dólares. Sebastián es un hombre que ama el dinero sobre todas las cosas. Solo llevo unos días aquí y ya me pregunto por qué tomé esta decisión.

La chica continuó limpiando. No había mucho que recoger, ya que era mi primera vez en este cuarto, impecable y muy bien organizado.

—¿Cuál es tu nombre, niña?

—Primero lo primero —levantó la mano para detener mi comentario—. No soy una niña. Que tenga poco pecho y una cara juvenil no significa que lo sea. Tengo dieciséis años, me llamo Mimase, y no soy de por aquí.

—¿Mimase? —su nombre sonaba peculiar—. Me gusta, no es común.

—Sí, eso dicen. No lo elegí, solo me lo dieron —rió.

—Un gusto, Mimase. Mi nombre es Samira Rockefeller —le extendí la mano.

Mimase me miró sorprendida, dejando caer el balde de agua sobre la alfombra. No paraba de observarme, asombrada. Comprendí que mi nombre la había impresionado; mi madre, una reconocida diseñadora, se llama Samaira, con solo una letra de diferencia en nuestros nombres, y aún firma como Rockefeller, no como Chamadier.

—¿Te pasa algo, Mimase?

—¡Tú... —gritó eufórica—. Tu madre es Samaira Rockefeller, la famosa diseñadora de ropa italiana, ¿cierto?

—Efectivamente —levanté la mano corrigiendo el apellido—. Samaira Chamadier. Dejó de ser Rockefeller tras la muerte de mi padre.

—Sí, supe que se casó con ese actor australiano. Es un Adonis, rubio y muy lindo en televisión, hace las mejores escenas de romance.

Mimase hacía gestos sensuales mientras hablaba de Bob, pero era de esperar. Bob no se ve mal, tiene un cuerpo definido que cualquier hombre desearía. Aunque, claro, el hecho de que haya intentado violarme varias veces no cambia su imagen pública.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó mientras recogía sus cosas del suelo—. La fama de tu madre y tu familia es algo que siempre he admirado.

—En lo poco que llevo viviendo he sufrido bastante. Me fui de casa por problemas mayores. No quiero recordar lo que es estar allá. Odio tener que recordar —suspiré.

—Puedes contarme. Confía en mí. Nadie ha sufrido más que yo en esta vida y te prometo que no te juzgaré, a menos que me lo pidas. Confía en mí, será nuestro secreto.

En ese momento, sin más palabras, Mimase se ganó mi confianza. Sabía que hablaba en serio y quizás, solo quizás, podría contarle mi historia, que alguien más supiera por lo que he pasado y me ayudara, sin juzgarme, solo escuchándome.

—Te contaré, pero en su momento. Ahora tengo que atender unos asuntos.

—¿Prometes que me contarás?

—Lo prometo.

Dejé que Mimase terminara de limpiar y salí hacia la oficina de Sebastián. Tenía que preguntarle qué haría todo el día en el club y, además, algo pendiente que discutir. El pasillo estaba solitario, con numerosas puertas que imaginé serían las habitaciones de las chicas. Caminaba hacia la oficina de Sebastián cuando una risa detrás de mí me hizo detenerme. Al girarme, vi a Fausto riendo.

Acuerdos [Vol1]  [Trilogía Relaciones Tóxicas]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz