—Lo mío es pura intuición, no lo sabe mucha gente, puedes estar tranquila —un suspiro involuntario se escapó de mis labios provocando una risita por su parte—. No es que me quiera meter en tu vida, pero creo que deberías pasar página. No sé por qué se fue, pero él no es el único hombre en la Tierra.

Tragué saliva con fuerza intentando que se fuera el nudo que se alojaba en mi garganta desde que habíamos comenzado a hablar de él. No quería recordarlo, no quería ponerme a llorar allí delante de tantos desconocidos. No, no y no. Debía parar las lágrimas y los pensamientos que amenazaban con arruinar la noche.

—Por favor, cambiemos de tema —rogué apenada.

—Lo siento, no pretendía hacerte sentir mal —se disculpó. Esta vez fue él el que tomó mi mano derecha entre las suyas—. ¿Cómo me viste el otro día en el ensayo?

Algo parecido a una sonrisa trató de formarse en mis labios al recordar aquel día. Aún nos costaba mucho sincronizar los bailes del musical.

—Bueno, no estuviste mal —bromeé dándole por fin otra dirección a nuestra conversación—. Sólo quedan dos semanas para el estreno, así que debemos ensayar mucho durante estos días. Sobre todo nuestro baile individual.

Me mordí la lengua al decir aquello. De nuevo comenzaba a pensar en él, en la forma en que me había cogido en brazos el primer día de ensayos, en ese hombre maravilloso que había conseguido colarse en mi mente y adueñarse de ella. Y de mi corazón incluso.

La comida llegó pronto y como siempre, dejé más de la mitad en el plato. Sabía que eso estaba mal, que millones de personas se morían en el mundo por falta de alimento, pero siendo sincera no me entraba nada. Mi estómago hacía meses que decidió por su cuenta cerrarse y no dejar pasar mucha comida consistente por él.

—Señorita —Martín abrió la puerta de su coche recién estrenado de forma caballerosa ofreciéndome asiento—, ¿a dónde la llevo?

Se sentó a mi lado sonriente y ladeó su cabeza.

—¿Podrías dejarme un poco más adelante de mi casa? Tengo que pasar por un sitio antes —le pedí.

—Por su puesto.

Una vez que comenzó a conducir, pareció que los temas de conversación tan tontos de los que habíamos hablado durante la cena ya no surtían el mismo efecto en ambos, así que para llenar aquel silencio decidió poner la radio y dejarlo en una emisora bastante popular entre jóvenes de nuestra edad.

—Llegamos a nuestro destino —comentó divertido.

—Muchas gracias Martín, pensé que esto sería peor —me sinceré.

Salí del coche cerrando la puerta y él bajó la ventanilla para poder seguir hablando conmigo.

—Oh, me alegro entonces de haberle hecho más amena la velada —rió, manteniendo aquel tono cortés y caballeroso. Los dos sabíamos que lo único que seguía intentando era hacerme reír—. Si alguna vez necesitas algo, aunque sea sólo hablar, llámame, estaré encantado de ayudarte.

—Lo haré, gracias de nuevo —me incliné sobre el coche para poder besar su mejilla con rapidez.

Minutos más tarde, ya me encontraba de pie frente a la puerta de la casa de Liam, la que ahora era residencia de todos los Payne, menos él, claro estaba. Justo en ese momento, la puerta se abrió revelando a un Geoff completamente arreglado y listo para la cena que esta noche mi padre y él tendrían con unos proveedores de ganado, temas de trabajo.

Llevaba un traje de chaqueta y corbata, con unos zapatos negros e impecables a juego y el pelo bien peinado hacia un lado.

—¡_____! —exclamó él envolviéndome entre sus brazos— Mi mujer te espera dentro, y Katy también.

Junto a tiWhere stories live. Discover now