Seth se pasó cuatro días sin ayudar a Wolfgang durante las tareas de campo. Algunas mañanas se dedicaba a pasearse por el pueblo, a lanzar piedras a las ranas del estanco o simplemente a dormir en su incómoda cama. Pero al quinto día se cansó de alimentarse a base de rodajas de pan y por primera vez desde que fue adoptado, dedicó una mañana a ayudar a Wolfgang en sus huertos. Aquel día, como cabía esperar, Seth vio como su plato era rellenado de patatas y cebolla. Aquella comida le seguía pareciendo insípida y cocinada sin gracia, pero era mejor que el pan duro.

Las semanas pasaban monótonamente sin nada que variara en su cuadriculada vida. Hasta que una tarde en el hospital, Seth escuchó una voz que, a diferencia de las que solía oír en aquel lugar, sonaba dulce e infantil.  Al girarse, observó a lo que parecía ser un niño de poco más de siete años, incrustado en una camilla blanca. Su tez era pálida y ojerosa y carecía de pelo. Parecía como si su vitalidad y energía hubieran sido absorbidas por aquella camilla y tan solo quedara de él carne y hueso. Al acercarse, Seth observó colgando de su delgado cuello lo que parecía ser una gruesa cadena de oro, que finalizaba en una cruz cristiana. Parecía que, dada su delgadez y fragilidad, esta cruz iba a incrustarse entre sus costillas de un momento a otro. También estaba conectado a dos goteros, uno que, según lo que Seth había estado aprendiendo durante sus tardes en el hospital, le suministraba relajante muscular para aliviar el dolor, mientras que el otro gotero le suministraba sangre poco a poco.

- ¿Necesitas algo?- preguntó Seth mirándole con el ceño fruncido.- ¿Ir al baño? ¿Llamo a algún médico?

- No necesito nada.- dijo el niño, con una terrible dificultad para articular cada palabra.- Solo quería un poco de conversación. Aquí no suele haber niños.

Seth le miró fijamente durante algunos segundos y rápidamente se dio media vuelta.

- No me apetece hablar contigo.

Y después de decir eso, continuó atendiendo a viejos cascarrabias y haciendo aquello que Wolfgang le ordenaba.

Pasa una semana más igual, durante la que Seth acostumbraba a trabajar el campo, y comenzó, aunque no quería admitirlo, a gustarle aquello de trabajar los cultivos. Lo que no le gustaba tanto era ir por las tardes ao hospital. Le asqueaba. Estaba aburrido de tratar con personas mayores a punto de morir, por lo que un día decidió ir a la sala de aquel enclenque niño.

- Pensaba que no querías hablar conmigo.- dijo el niño antes de toser.

Seth apartó la mirada hacia un lado.

- Bueno, estoy cansado de esos viejos.

- Yo también.

El niño le dedicó una sonrisa y Seth se levantó de su silla.

- ¿Necesitas algo?

- Si me acercaras un vaso de agua... te lo agradecería.

Seth se acercó a una jarra de agua y llenó con ella un vaso de cristal y se lo dio al niño. Este lo bebió de un trago y lo devolvió a Seth.

- ¿Tienes nombre?- preguntó Seth.

- Todd... ¿Y tú?

- Seth.

- Encantado.

Todd le tendió la mano sonriendo y Seth se la estrujó, no sin antes considerarlo durante unos segundos.

- ¿Y por qué estás aquí?

- Estoy enfermo de leucemia.

Seth se quedó callado. No sabía que era aquello.

- Cáncer en la sangre.- aclaró Todd.

- Suena mal.

- Sí...

Seth miró el enorme crucifijo que colgaba del cuello de Todd.

- Veo que eres uno de esos que cree en esas chorradas.

- Para mí no lo son.- contestó Todd sonriendo.

- Para mi sí...

- Yo creo que... si sobrevivo será gracias a Dios. Es lo que me da fuerzas para luchar.

- Si sobrevives será gracias a los médicos. Y a la suerte.

Todd sonrió. A Seth le chocaba que aquel niño sonriera cada dos por tres. Parecía que un estornudo podía matarlo, pero sin embargo se esforzaba por mostrar sus blancos y diminutos dientes.

- Bueno... cada uno cree en lo que cree.

- ¿Tienes padres? Nunca veo que nadie venga a visitarte.- preguntó Seth cambiando de tema.

- No... soy huérfano.

- Yo también.

El rostro de Todd se iluminó durante unos instantes, pero enseguida adoptó una mueca de tristeza.

- Al menos tenemos eso en común.- dijo Todd.

- Sí... bueno Todd.- dijo Seth dirigiéndose a la puerta.- Tengo que irme.

- ¿Volverás? Me ha gustado hablar contigo.

Seth le miró de reojo y mientras salía de la habitación dijo:

- Puede ser.

- Puede ser

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